¿Por qué nos hincamos durante la Misa?

¿En el momento de la consagración, podemos quedarnos de pie? ¿Después de la comunión nos podemos sentar. Estas y otras preguntas litúrgicas, a continuación.

Hay personas que callan durante los cánticos (aún conociendo la letra y melodía), hay quien prefiere recitar el Gloria o el Credo y el Padrenuestro lo hacen susurrando («para rezar mejor, interiormente» dicen) y hay quien decide personalmente que postura seguir y cual evitar («sabe Padre, después de la comunión me quedo sentada hasta el final de la Misa, creo que es mejor para estar en intimidad con Jesús…»).

Al hacerlo, sin embargo, nos olvidamos (muchos no lo saben) que la naturaleza más profunda y más íntima de la liturgia es precisamente ser la oración de la Iglesia, es decir, el cuerpo místico de Cristo, que el Espíritu Santo siempre se dirige al Padre.

Esta esencia «eclesial» de la liturgia, nos pide que participemos de la celebración con una atención comunitaria, rezando juntos, con las mismas palabras y con los mismos gestos,  sumergiéndonos completamente en la oración de toda la comunidad que, con un sólo corazón y una sola alma, celebra a su Señor.

La actitud común del cuerpo en la liturgia es un signo de unidad entre los miembros de la comunidad cristiana.

Por tanto, es necesario rezar juntos y realizar comunitariamente los mismos gestos, como señal de comunión y para vivir la dimensión eclesial de la oración litúrgica (que es diferente de la oración personal).

Lo que es dicho hasta ahora, vale también y sobre todo para la postura de rodillas: la Iglesia nos pide que nos arrodillemos a la hora de la consagración, pues es el momento en que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

En ese momento, nuestro cuerpo es invitado a expresar, en la oración, toda la adoración, respeto y reverencia por la grandeza del amor de Dios, que se renueva en el don de Cristo en la cruz y en convertir el alimento en su Cuerpo y su Sangre.

Delante de tal grandeza, de rodillas, queremos expresar también nuestra pequeñez, nuestra humildad, nuestra necesidad de acoger su don para nuestra salvación.

No siempre es posible que todos puedan arrodillarse, debido a la edad, a problemas de salud o a circunstancias propias del lugar de la celebración (muy pequeño, demasiado lleno, etc.)

En este caso, quien no puede arrodillarse, debe hacer una profunda inclinación, mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración.

Es importante comprender que nuestros gestos y actitudes en la Misa, demuestran el verdadero y pleno significado de cada una de sus partes, favoreciendo la participación de todos.

Por tanto, como siempre en el ámbito litúrgico, mas que una observancia ciega y absoluta de las normas, es preciso intentar comprender y sobretodo vivir el sentido de estas indicaciones, para vivir una liturgia auténtica y real, capaz de envolver el corazón de las personas que participan de ella.

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Artículo basado en el texto publicado en Aletiea.

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