Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Las páginas sagradas de la Palabra de Dios en los últimos domingos, presentan al Señor Jesús “curando a los enfermos, liberando del mal a los poseídos por el demonio, acercándose los sufrientes”. También este domingo, en el relato de la curación del leproso, se muestra en Cristo el amor de Dios, su voluntad de que el hombre sea liberado de todos los males, simbolizados en la famosa “lepra”.
Como lo dice la primera lectura del Deuteronomio, aquella era una enfermedad terrible, que aún existe: la persona iba “muriendo poco a poco” a medida que su piel y carne se secaban. Altamente contagiosa, era prohibido que los leprosos entraran a lugares públicos como la “reunión de Israel” o sinagoga, debiendo presentarse al sacerdote pues se pensaba que el pecado era la causa de la lepra. ¡Cuánto dolor no solo físico sino moral, de exclusión, de desprecio, experimentaban los leprosos!.
Cierto, habían ocurrido curaciones como la de Naamán el sirio, sanado por Dios al seguir las indicaciones de Eliseo en el Antiguo Testamento (2 Reyes 5, 1ss): se esperaba que entre los signos de la llegada del Mesías estuviera la desaparición de males como la lepra (de la palabra “léper” o escama, por los síntomas de la piel seca).
Hoy, Jesucristo Médico sana al leproso: dá respuesta a la esperanza humana de salud, pero también de tener al Mesías en el mundo. Los detalles de esa curación son importantes:
- Jesús “quiere” curar al leproso, tal y como él se lo pregunta: es la “voluntad salvadora de Dios” quien no se complace en la enfermedad o el sufrimiento;
- Jesús, contra toda “ley sanitaria” toca al leproso para curarle: nos da ejemplo de la necesaria “cercanía a los enfermos”, de la necesidad de pasar de lo pensado a lo actuado: sus manos han levantado y curado a la suegra de Pedro el domingo pasado, y lo hará con la niña muerta, la hija de Jairo;
- Pero Jesús, extrañamente, envía al sanado de la lepra y le indica que vaya al Templo para dar testimonio. Si nos fijamos bien, Jesús nunca estuvo en contra del “sacerdocio” como equivocadamente afirma el error del Protestantismo: él mismo es nuestro Sumo y Eterno Sacerdote, dice la Carta a los Hebreos.
Durante el mes de Febrero celebramos el 11 la Memoria de Nuestra Señora de Lourdes: el papa Francisco nos recuerda la importancia no solo de admirarnos de lo que actuaba Jesús, o la costumbre de pedirle curaciones: ¡hay que acercanos también nosotros a la enfermedad, de todo tipo, llevar la Buena Nueva del Evangelio!.
En esta misma semana iniciaremos la Cuaresma, tiempo de conversión: que hermoso sería proponernos en esas semanas “cambiar nuestro corazón”, fortalecerlo mediante la práctica de la cercanía, de la solidaridad y sobre todo de la misericordia a las muchas formas de lepra que existen hoy: el vicio, la violencia delincuencia, la indiferencia, las crisis en las familias.
Es un tiempo que iniciaremos con el signo de la ceniza, recordando la fragilidad humana que se muestra en las enfermdades del cuerpo y del espíritu. Pidamos al Divino Médico que “nos de un corazón nuevo”: actitudes nuevas ante el prójimo en todos sus padecimientos. No solo individualmente, sino como comunidad diocesana y comunidades parroquiales, especialmente en los “cenáculos misioneros” acerquémonos al que vive las consecuencias de la conocida crisis sanitaria de nuestro país.
De algo podemos estar seguros: antes que signos prodigiosos que sanen enfermedades, el hombre necesita el “sí de Dios” conocer su voluntad salvadora, como bien lo expresaba el leproso en el Evangelio: “Señor, sí quieres puedes curarme”.
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