Homilía Solemnidad de la Santísima Trinidad

Los domingos pasados hemos celebrado el misterio pascual de Cristo, el Hijo de Dios Padre. Desde la cuaresma iniciamos la preparación a la Pascua que hemos terminado el domingo de Pentecostés. Y ahora, recién culminado el tiempo litúrgico pascual, celebramos a ese Dios que hizo maravillas en Jesucristo y que es un solo Dios en tres personas distintas: La Santísima Trinidad.

Un misterio Cercano: La Santísima Trinidad

Como ya hemos dicho, estamos celebrando Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciertamente en su nombre hemos comenzado nuestra celebración y así también la concluimos: en el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu Santo. Amén. Es curioso porque el Misterio de la Trinidad, algo tan profundo, desde pequeños nos lo han enseñado cuando nuestras mamás o papás nos  inician en hacer la señal de la cruz, en persignarnos. Pero después lo hacemos quizás de carretilla sin meditar en lo que hacemos, o mejor dicho sin meditar en las  tres personas que forman un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el nombre de la Trinidad hemos sido bautizados y en su nombre también nacemos a la vida eterna.

  • El Padre es el que nos ha creado (Creador)
  • El Hijo es el Salvador (Redentor)
  • El Espíritu Santo es el santificador (Vivificador)

Antes de atender lo que nos dicen las lecturas, hemos de ser humildes y reconocer que nunca vamos a comprender a cabalidad el misterio de la Santísima Trinidad. Como cuando nos encontramos en la orilla de un lago grande y queremos saber qué hay en la otra orilla y por más que agudicemos nuestra vista no vamos a lograr descubrirla, habrá que subir a una barca y navegar. Ante el misterio de la Santísima Trinidad, hemos de preocuparnos no tanto por entender el misterio, sino permanecer en esa barca que es la Iglesia y llegar así a la Santísima Trinidad.

Las lecturas de hoy nos han dicho algunas características de la Trinidad Santa:

El libro del Deuteronomio, un discurso de Moisés, nos habla de las formas de conocer a ese Dios a través de sus signos en la historia de la salvación. Porque Dios es el que nos ha creado, nos ha guiado, nos ha acompañado con mano fuerte y brazo poderoso, por eso Moisés ante las hazañas de Dios recomienda:

  • Reconocer que el Señor es el Dios del cielo y de la tierra y no hay otro.
  • Cumplir sus mandamientos.

De este modo el salmo 32 es una profundización a la acción de Dios en nuestra historia, somos realmente dichosos porque nuestro Dios nos ha escogido, nos ha llamado a la vida, a la existencia, etc. De modo que podemos decir que Dios siempre ha sido y será un Dios cercano a nosotros.

La segunda lectura nos adentra en la acción de Dios Espíritu Santo que nos hace capaces de guiarnos por el verdadero camino, tal como lo haría un entrenador con su equipo, el Espíritu es el que nos da la sabiduría para jugar el partido de la vida, nos entrena, nos da las mociones para seguir por el camino del bien, no el que nos hace realizar cosas extrañas, sino el que nos guía en la verdad, para llevar una vida santa.

El Evangelio por su parte, nos habla del envío misionero por Cristo y del primer sacramento de todo cristiano (el bautismo) celebrado en nombre de la Santísima Trinidad, revelando así este misterio inefable de un Dios uno y Trino que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Finalmente, recordemos que cuando Jesús dice estas palabras, ya ha pasado su Pascua, es decir su pasión, muerte y resurrección. Por lo tanto, ya nos ha demostrado su amor, por eso cuando manda a bautizar en el nombre de la Trinidad, nos está afirmando que todo lo que ya ha acontecido en la Pascua, es por el gran amor de Dios Trino hacia nosotros. Por eso el Papa Francisco nos dice: “reconocemos que Dios no es una cosa vaga, nuestro Dios no es un Dios «spray», sino es concreto, no es un abstracto, sino que tiene un nombre: «Dios es amor». No es un amor sentimental, emotivo, sino el amor del Padre que está en el origen de cada vida, el amor del Hijo que muere en la cruz y resucita, el amor del Espíritu que renueva al hombre y el mundo”.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

 

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