Queridos hermanos:
Aún cuando parece contradictorio, la Palabra de Dios nos advierte hoy de una actitud extraña pero posible: decirnos cristianos, pero tener una mentalidad y conductas propias de la “antigua alianza” del Antiguo Testamento, falto de la Luz de la Revelación nueva que nos ha dado Jesús; ¡cuidemos de no caer en la contradicción de decirnos discípulos del Dios del amor y cultivar el odio y la venganza en nuestros corazones!
En efecto, ya la lectura del Levítico indica: “No odies a tu hermano en tu corazón, no tomar venganza contra Èl”, ¡cuánta pena da cierto evangelismo que predica el “ojo por ojo, diente por diente” en nombre de la “justicia” la cual “es en el fondo el disfraz de la venganza”! (J. Balmes).
Como lo indica el salmo 102, hemos de contemplar a un Dios “compasivo y misericordioso” y como hijos de tal Padre, vivir la compasiòn y la misericordia. “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso!” (Lc 6, 36).
Es por ello, porque Cristo ha traído una “alianza o testamento nuevo” centrado en la misericordia, que sus palabras tan profundas y difíciles de cumplimiento siempre nos asombran… ¿Cómo es posible perdonar la ofensa, hacer caso omiso del los daños recibidos de los demás?.
En el fondo, no se trata de ignorar y negar la justicia, sino de inaugurar con Jesús un mundo diferente, no marcado con el deseo de una “justicia implacable” sino un campo de paz, la cual se siembra con una sola semilla, ciertamente la justicia (Is 32, 17) sin cerrarse al perdón y la misericordia, “La justicia sin misericordia, es crueldad” (Santo Tomás de Aquino).
Como dicho antes, se trata de una “mentalidad diferente” basada en la imitación del mismo Dios que “no nos trata según nuestros delitos ni lleva cuenta severa de nuestras culpas” (Prov 19, 3).
Así, ese mundo que oprime (la marcha forzada de la leva militar en Palestina, los impuestos sin correspondencia, la justicia corrompida) no puede solucionarse la ignorancia o indiferencia del cristiano, sino su compromiso por romper esos sistemas de mal, respondiendo como lo dice San Pablo, “Venciendo el mal a fuerza de bien” (Rm 12, 21).
Ante la deformación de un cristianismo vindicativo, propio de un retroceso en el rostro de Dios revelado por Cristo, perseveremos en el bien que es compasivo, que perdona, que no cae en la trampa de la venganza y las espirales de violencia, ayudados claro por el mismo Dios que nos pide esa vida nueva, orando como San Agustín: “Señor, dame tú mismo lo que me pides, y entonces pídeme lo que quieras”.
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