Santa María, la Madre de Dios, es una figura central en la fe cristiana. Como madre de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, María ocupa un lugar único y privilegiado en la historia de la salvación. Ella fue elegida por Dios para ser la Madre del Salvador y su «sí» a la voluntad divina la convirtió en la primera discípula de su Hijo.
La Iglesia católica venera a María con gran devoción y la considera la Reina del Cielo, la Madre de la Iglesia y la Mediadora de todas las gracias. A lo largo de los siglos, los fieles han acudido a ella en busca de consuelo, protección y guía espiritual. Numerosas advocaciones marianas, como Nuestra Señora de Lourdes o la Virgen de Guadalupe, son testimonio de la profunda fe y el amor que los cristianos profesan a la Madre de Dios.
María es modelo de virtud y santidad para todos los creyentes. Su vida ejemplar de humildad, obediencia y entrega total a Dios la convierten en un espejo en el que los discípulos de Cristo pueden mirarse y encontrar inspiración para su propio camino de fe. Ella intercede por nosotros ante su Hijo y nos acompaña en nuestro peregrinar hacia la vida eterna.
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