Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
En este Sexto Domingo de Pascua la Palabra de Dios nos revela que la verdadera unión con Cristo, Buen Pastor y Vid Verdadera, como decíamos en los domingos anteriores: es a través del cumplimiento del mandato del amor.
En efecto: tristemente hoy se piensa que “religión” (= relación con Dios) consiste en emociones, espectáculos, cumplimientos externos, ofrendas, etc. y hemos olvidado la centralidad del amor en las relaciones personales, familiares y eclesiales.
San Agustín decía: “Dios es amor. Revelándose a Sí mismo como bueno y misericordioso, Dios se revela a Sí mismo como amor. Esto equivale para nosotros a una interpelación, una exigencia y un mandato de amar a los seres humanos como Dios los ama”.
Por ello la primera lectura nos presenta el amor cristiano por todas las personas: en su misión, en casa de Cornelio (pagano) enemigo nacional del pueblo israelita, San Pedro descubre el plan amoroso de Dios “que no hace distinción de personas”. Pero es sobre todo el Evangelio de San Juan donde el mismo Señor Jesús nos enseña que el amor es la relación entre el Padre y Él, y por lo tanto, ha de ser la relación propia entre los cristianos.
Toda la obra de salvación que celebramos en este tiempo de Pascua ha tenido su raíz en el amor de Dios al mundo “hasta el punto de entregarle a su Hijo único” dice Jesús a Nicodemo en Juan 2, 16. Amando al Padre, Cristo se hace obediente a su plan, pero amándonos a nosotros “ya no como siervos, sino como amigos” Cristo dá su vida en la cruz.
En otras palabras: lo que mejor conocemos de Dios, no es su poder, bendición o el darnos prosperidad, como lamentablemente se dice en las sectas: lo que mejor sabemos de Dios -¡y eso nos basta!- es que Él es Amor. Así lo dice San Juan en la segunda lectura: “Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”.
Pudiera sorprendernos, sin embargo que “el amor sea un mandamiento”, pues nadie quiere amar “porque se lo mandan”. Y sin embargo, por mandamiento nuevo, siempre nuevo, entendemos la voluntad de Dios, el camino hacia Él. Para poder amarlo entonces, y para poder amar a nuestros hermanos, se hace necesario el don del Espíritu Santo, a cuyo Pentecostés poco a poco vamos caminando.
Felicito especialmente a las Madres en su día: ellas son una imagen del amor paternal y maternal de Dios, que se traduce en paciencia, perdón, generosidad y apertura a la vida. Y saludo especialmente a las Religiosas Consagradas que en la Diócesis están llamadas a testimoniar como dice el Concilio Vaticano II “la perfecta caridad, el amor auténtico”: aquel que siempre dura, pues dice San Pablo “pasarán las profecías, se acabarán las lenguas, sólo el amor permanece para siempre” (cfr. 1 Corintios 13, 2ss).
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