Queridos hermanos y hermanas:
En su enseñanza dominical, la Palabra de Dios nos presenta una realidad triste pero cierta: es muy posible “despreciar la invitación del Señor a su banquete, cerrarnos ante los dones de Dios”.
Y decimos que es una realidad porque precisamente en este año 2017 se cumplen años de la llamada reforma protestante: un acontecimiento que al final dejó frutos muy amargos en la vida de la Iglesia: la división, la anulación de la presencia de María en la Iglesia (si bien el mismo Lutero amó y veneró a María, no así sus seguidores llamados falsamente “evangélicos”, ¡oremos por ellos, para que como hermanos llamados a la salvación lean bien la Biblia y descubran tantas pérdidas y errores en su historia!.
Precisamente una de esas pérdidas –quizás la más grave de todas- ha sido el abandono de la Santísima Eucaristía, el banquete de vida eterna que siempre y especialmente el domingo, nos ofrece el Señor medio de nuestra madre y maestra la Iglesia Católica.
La primera lectura habla de ese banquete preparado por el mismo Señor como medio de salvación. El salmo responde con un cierto “examen de conciencia”, es el perfil de nuestra reflexión sincera.
¿Cuántas veces, aunque la Eucaristía no es un “premio para los perfectos” nos dice el Papa Francisco, nos acercamos con la conciencia acallada sobre la forma en que pensamos y actuamos?
Pero sobre todo la parábola de Jesús, llamada “del banquete del Rey», donde el Maestro nos enseña:
- Dios llama a su banquete –podemos decir que es su Reino pero también el banquete de la Eucaristía- y tantas veces preferimos el paseo, la diversión mundana a “vivir el domingo como día de Banquete de la vida”;
- Esto se aplica especialmente a todas esas excusas, dudas que ha sembrado por tantos siglos el protestantismo dejando “con desnutrición espiritual” a millones que se pierden el “pan que da la vida eterna”;
- Y se nos recuerda que, aunque ninguno podría estar nunca en “perfectas condiciones de Gracia” como para participar de la Eucaristía, no es posible estar en la sala del banquete “sin el vestido de fiesta”, una figura bíblica que alude a nuestra verdadera identidad cristiana; no son los cantos bellos, las grandes ofrendas, las predicaciones impresionantes, etc., lo que nos hacen dignos de participar de tal banquete, es más bien la vida nueva en Cristo y las obras de caridad las que nos ayudan a recibir dignamente la Sagrada Comunión.
Debemos pues, “situarnos en el Reino de Dios”, sabiendo que es imposible no fallar, pero que es una grave ofensa al Señor el que nos de lo mismo, llamarnos cristianos y estar en ese banquete mientras que, como dice el Apóstol San Pablo, “seguimos acomodándonos a la mentalidad del mundo” (Romanos 12, 2).
En este mes del Santo Rosario pidamos al Señor por intercesión de la Patrona de Guatemala, en primer lugar por la “vuelta a casa” de quienes por el protestantismo han dejado lo sacramentos, la unidad, la verdad de la Palabra, etc.
Y sobre todo, encomendando a las víctimas de las inundaciones y derrumbes en toda Guatemala y Escuintla, supliquemos que “nuestro vestido de fiesta” sean la obras de amor hacia los más necesitados, para que en su regreso el Rey no diga: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”.
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