Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
En el Evangelio de este domingo leemos: «En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele a solas tú con él. Si te escucha habrás ganado un hermano». Jesús habla de toda culpa; no restringe el campo sólo a la que se comete contra nosotros. Cuando la falta es contra nosotros, el primer deber no es la corrección, sino el perdón. De hecho, una de las principales causas de la violencia que nos aflige es causada por falta de perdón y la sed de venganza que hay en los corazones.
Dice «a solas tú con él» también para da a la persona la posibilidad de defenderse y explicar su propia acción con toda libertad. muchas veces, en efecto, aquello que a un observador extremo le parece una culpa, en la intención de quien la ha cometido no lo es. Una explicación sincera disipa muchos malentendidos. Pero esto deja de ser posible cuando el tema se pone en conocimiento de muchos.
Cuando por cualquier motivo no es posible corregir fraternalmente, a solas, a la persona que ha errado, hay algo que absolutamente se debe evitar: la divulgación, sin necesidad, de la culpa del hermano, hablar mal de él o incluso calumniarle, dando por probado aquello que no lo es o exagerando la culpa. «No hablen mal unos de otros», dice la Escritura (St 4, 11). El chismorreo es sumamente dañino en la sociedad, carcome la sana convivencia, destruye, confunde y divide.
Una vez una mujer fue a confesarse con San Felipe Neri acusándose de haber hablado mal de algunas personas. El santo la absolvió, pero le puso una extraña penitencia. Le dijo que fuera a casa, tomara una gallina y volviera donde él, desplumándola poco a poco a lo largo del camino. Cuando estuvo de nuevo ante él, le dijo: «Ahora vuelve a casa y recoge una por una las plumas que has dejado caer cuando venías hacia aquí». La mujer le mostró la imposibilidad: el viento las había dispersado. Ahí es donde quería llegar San Felipe. «Ya ves -le dijo- que es imposible recoger las plumas una vez que se las ha llevado el viento, igual que es imposible retirar murmuraciones y calumnias una vez que han salido de la boca».
Volviendo al tema de la corrección fraterna, hay que decir que no siempre depende de nosotros el buen resultado al hacer una corrección (a pesar de nuestras mejores disposiciones, el otro puede que no la acepte, que se obstine); sin embargo, dependen siempre y exclusivamente de nosotros el buen resultado al recibir una corrección. De hecho la persona que «ha cometido la culpa» bien podría ser yo y el que corrige ser el otro: el marido, la mujer, el amigo, el hermano de comunidad o el padre superior.
Pero la corrección tiene dos vías: no sólo el deber de corregir, sino también el deber de dejarse corregir. Más aún: aquí es donde se ve si uno ha madurado lo bastante como para corregir a los demás. Quien quiera corregir a otro debe estar dispuesto también a dejarse corregir. cuando veáis a alguien que recibe una observación y le oigáis responder con sencillez: «Tienes razón, ¡gracias por habérmelo dicho!», quitaos el sombrero: estáis ante un auténtico hombre o ante una autentica mujer.
No es fácil, en casos individuales, comprender si es mejor corregir o dejar pasar, hablar o callar. Por eso es importante tener en cuenta la regla de oro, válida para todos los casos, que el Apóstol da en la segunda lectura: «Con nadie tengan otra deuda que la del mutuo amor… el amor no hace mal al prójimo». Hay que asegurarse ante todo que haya en el corazón una disposición fundamental de acogida hacia la persona. Después, lo que se decida hacer, sea corregir o callar, estará bien, porque el amor «jamás hace daño a nadie».
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