Homilía Domingo XXIII Tiempo Ordinario

El tema central en las lecturas de este domingo, puede decirse que es la certeza de la conversión de los pecadores que con la ayuda de los hermanos pueden enderezar sus vidas. Vivir la fraternidad no es contentarse con estar simplemente en paz, sino ser capaces de ayudar al otro a  enmendar su camino, no que busquemos qué reprender, sino que veamos lo que ha de corregirse.

Todos somos responsables de la vida de nuestros hermanos. Comenta san Agustín: “Aquel que te ha ofendido, ofendiéndote, se ha hecho a sí mismo una grave herida, y tú ¿no te preocupas por la herida de un hermano tuyo? … Tú debes olvidar la ofensa que has recibido, no la herida de tu hermano” (Sermones 82, 7).

Cada uno de nosotros, conscientes de nuestras limitaciones y defectos somos corresponsables de la vida de nuestros hermanos, y debemos educarnos en la corrección fraterna como una ayuda a nuestros hermanos.

Por ejemplo, un carro necesita servicio cada cierto tiempo, porque las piezas se van dañando, es necesario hacerle un chequeo y después hacer el cambio de piezas…. Igual pasa en la vida de cada  cristiano,  necesita un servicio, un car wash, pero si alguien que ve que algo anda mal en su vida y no le ayuda a enmendarse, cómo podrá enterarse, acaso un carro va solo al taller? Necesitamos la ayuda de los demás para poder enmendar nuestras vidas.

¿Por qué Jesús nos pide hacer esto? Para salvar al hermano, porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Pero si por algún motivo no es posible hacer la corrección personalmente, habrá que rezar y no murmurar contra el hermano. Ser prudente con la lengua, y no hablar mal del hermano. Que como decía el papa Francisco, el veneno del chisme no invada tu vida. Como en un barrio de un pueblo le decían a una persona de apodo Masacuata, porque de su boca solo veneno salía contra sus vecinos.

Además el Evangelio nos invita a no dar por concluida la corrección fraterna si nuestro hermano no cambia. No hay que darse por vencido, cuando la situación parece no cambiar, hay que apoyarse en otros hermanos, prudentemente, claro. Y luego si el problema persiste, apoyarse en la comunidad.

Sobre todo a nivel familiar, los padres ¿hacen adecuadamente esta corrección fraterna a sus hijos? No con el fin de humillarlos, sino con el fin de salvarlos de peores consecuencias. Que este sea un ejercicio que nazca del amor, no del orgullo o rencor, se trata de ayudar a corregir, no de hundir, ni señalar¡ Qué importante es la corrección con amor de los hijos, pues cuando un padre o una madre permite todo a los hijos, termina matando lo que tanto amó.

Un ejemplo puede ayudar a los padres a valorar la corrección en sus hijos: «Un día, un joven, que estaba preso y condenado a muerte, escribió una carta a sus padres diciendo: “gracias padres porque nunca me dijeron que tomar las cosas del vecino era algo malo, que insultar a las personas era una ofensa… gracias porque nunca dijeron nada de que llegara tomado a la casa y de madrugada, gracias porque cuando maté a mi novia ustedes me escondieron… Gracias porque ustedes son tan culpables como yo de todos mis errores».

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