El milagro nació de la «compasión» de Cristo por aquellas gentes. Lejanos parecen los días cuando la crítica nacionalista negaba el «milagro de la multiplicación de los panes», aduciendo que en realidad Cristo había «enseñado a compartir lo propio con el prójimo; es decir, la merienda con el hermano», o bien, que «lo ocurrido aquel día fue una alucinación colectiva, producto de la insolación o de la emoción religiosa que afectó a las pobres gentes a la orilla del lago» —así, el pastor luterano A.Harnack (1851 a 1930), y entre los católicos, A. Günther (1783 a 1863)—.
Hoy por hoy, y aun cuando persiste en algunos la negación de lo sobrenatural en la vida de Jesús de Nazareth, gracias a la profundización de la relación entre razón y fe —cfr. San Juan Pablo II, en su encíclica del mismo nombre—, se contempla aquel hecho singular en su realidad y en su significado: aquellos panes y peces verdaderamente multiplicados milagrosamente, apuntaban a tres realidades íntimas de la vida cristiana:
- El milagro nació de la «compasión» de Cristo por aquellas gentes, y no, como sucede tan penosamente en los espectáculos de «ofrenda de milagros», para demostrar la grandeza del predicador con la consecuente colecta u «ofrenda» por asistir al evento;
- El «tomar en sus manos panes y peces» y «ver al cielo y pronunciar la bendición» son rasgos claramente «eucarísticos» —de hecho, la bendición era también una «acción de gracias» o «eucaristía» en griego—: así, la tradición de 21 siglos de eucaristía ve reflejarse y más aún «actualizarse» dicho milagro en la misa dominical;
- Y sin embargo, más allá de las enseñanzas sociales o mejor «del materialismo social» que niegan o postergan el milagro y ven la acción de Cristo como la de una ONG que se preocupa de quienes no tienen alimentos, entre ese «pan de comer» —con minúscula, y que ¡está caro en las panaderías!— y el «Pan» —con mayúscula, es decir, la Eucaristía cristiana— hay una relación innegable, directa.
Así lo aclaró San Juan Pablo II, señalando «aquel impulso que debe partir de la celebración eucarística para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna»… Y añadía quien fue «tres veces peregrino de paz en la tierra del quetzal»: «Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones… angustia del desempleo, trasiego de la migración. No podemos hacernos ilusiones: en el amor mutuo y en la atención a los necesitados nos reconocerán como discípulos del Señor. Con base en este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas» —cfr. Carta apostólica Quédate con nosotros, Señor, 28—.
Queda orar para que, sin ideologías empobrecedoras del misterio, la celebración del «Pan eucarístico», signo de amor y de comunión entre los hermanos, lleve al «gozo de acercarse a los que no tienen ‘el otro pan’ que falta multiplicar en el esfuerzo ético de la empresa sociedad en general, dadas las cifras de desigualdad material entre los chapines —cfr. Prensa Libre, 07/07/2014—, y no falten cristianos que escuchen al papa Francisco para retomar el tema del hambre en el mundo —»Denles ustedes de comer», Encíclica La alegría del Evangelio, 2ss—, pero que tampoco se olvide que si faltan sacerdotes para el «otro Pan», el hambre espiritual, la peor, según el mismo papa Francisco, será dramática. A todos los sacerdotes, felicidades en el día de mañana, memoria de su patrono, el Santo Cura de Ars.
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Columna Publicada en Prensa Libre el 3 de agosto 2014
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