Queridos hermanos y hermanas:
En el camino de Adviento, tiempo de conversión y de alegría por la venida del Señor, en este segundo domingo se dibuja para nosotros el “rostro de Aquel que viene”: el futuro Mesías, el Salvador esperado está “lleno del Espíritu del Señor”.
Así lo describe el profeta Isaías, que nos acompaña estos domingos. Isaías indica dos características del Señor que viene:
- Su origen es humilde, es como un “vástago o retoño” del antiguo árbol de Jesé, es el descendiente de la familia de David;
- Tiene los dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo y fortaleza, piedad y temor de Dios.
¡También nosotros hemos recibido por el Bautismo y la Confirmación esos dones del Espíritu!, por lo tanto, el Adviento es el “tiempo en que avanzamos llevados por el Espíritu”: la mayor escucha de la Palabra, el tiempo más intenso de oración, la práctica de la caridad son medios para que seamos más atentos a lo que el Espíritu quiere indicarnos.
En toda conversión es fundamental ponernos “en manos del Espíritu Santo” que sabe en qué debemos avanzar, de qué debemos despojarnos para avanzar hacia el encuentro del Señor en Navidad. San Pablo nos recuerda que “los hombres carnales siguen los llamados de al carne, pero los hijos de Dios siguen las indicaciones del Espíritu” (1 Corintios 2, 9-3,8).
Por su parte el Evangelio ya de San Mateo, como corresponde en este ciclo A, nos vuelve a indicar por medio de Juan el Bautista “el rostro del Mesías que viene”:
- Juan Bautista es en sí mismo un signo fuerte: su vestido, su modo de vivir pero sobre todo su palabra tratan de despertar la conciencia y prepara el camino del Señor en los corazones;
- Cuando se refiere al Mesías esperado indica que, por una parte “bautizará con el Espíritu Santo y fuego”; ¡en Cristo que viene ya se nos da el don del Espíritu que ha de guiarnos la vida nueva, al Hombre nuevo creado en justicia y santidad (Efesios 4, 2ss).
De nuevo, insisto, queridos hermanos, en que hemos de vivir el Adviento como lo indico en el Mensaje enviado a todos, con alegría pero también con responsabilidad.
Dejando de lado “las tendencias de la carne” y la “mentalidad de este mundo” huyamos del ruido comercialista de esta época, donde tristemente el consumismo y la vanidad, los “convites” y muchas otras celebraciones “entristecen al Espíritu” del cual somos templos vivos (1 Corintios 3, 16).
Oremos para que en Escuintla, en cada conciencia, en la familia y en la sociedad, actúe el Espíritu Santo: que sus insinuaciones y “empujes espirituales” encuentren eco y no un “desierto vacío” de sordera espiritual.
Planifiquemos los momentos en que acercándonos a la Confesión podremos ser “perdonados por el Espíritu Santo” dado a su Iglesia y mediado por el ministerio de los sacerdotes.
Que la Inmaculada Concepción, cuya fiesta celebraremos esta misma semana sea “modelo de purificación espiritual” como está escrito: “Dichosos los limpios de corazón pues ellos verán a Dios” (Mateo 5,8).
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