Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Palabra de Dios nos presenta una “ventana abierta” al misterio de Dios mismo, hoy Jesús en su camino a Jerusalén brinda una enseñanza fundamental, contrariamente a nuestros pensamientos tantas veces de mucha “justicia” y de mucha venganza, Dios se revela diferente de nuestra forma de ser.
Él un “padre misericordioso” capaz de borrar con su perdón el peso de nuestras culpas, la vergüenza de nuestros delitos (Salmo 50,2). Ciertamente ya en el Antiguo Testamento, como lo indica la primera lectura del Libro del Éxodo, Dios “deja su enojo aunque fuera muy justificado” y perdona a su pueblo por la intercesión de Moisés.
Si lo notamos, el grave pecado de idolatría y la pena merecida, “en un momento” dan paso al perdón de Israel. Se cumple lo que dicen Ex 36, 6 y Nm 14, 18, el Señor es lento a la ira y rico en piedad, y que con el tiempo el mismo San Pablo señalará a los cristianos como un ejemplo de imitación del amor de Dios: “Dios es rico en misericordia” (Ef 2,4).
El mismo San Pablo en la segunda lectura es se proclama “testigo de la misericordia” cuando dice: “Pero Cristo Jesús me perdonó para que yo fuera el primero en manifestar su generosidad” (1Tm 1, 12ss). Pero es el Evangelio el que es hoy esa “ventana abierta al corazón del Padre”.
Para hacer entender el misterio del amor misericordioso de Dios que Él había traído a la tierra a “escribas y fariseos” que se murmuraban de su cercanía a los pecadores, el Señor hace dos comparaciones (la oveja pedida, la moneda perdida) donde “hay alguien que busca hasta encontrar y viene una gran alegría”.
El centro de su mensaje es la parábola llamada “del hijo pródigo o derrochador” que el Papa Francisco nos invita a llamar “parábola del padre pródigo en misericordia”. Es una historia conocida, la de un drama familiar, donde el hijo –figura de nosotros cuando pecamos- abandona la casa del padre. Fijémonos ahora en algunas acciones de ese “padre misericordioso” que deben ser también actitudes de misericordia de nosotros que nos decimos sus hijos:
- Espera siempre el regreso de su hijo: ¡no demos por perdido para siempre a un pecador!;
- Se “conmueve” al ver su situación: ¡tengamos piedad del que peca o se equivoca pues sus faltas siempre destruyen al que las comete!;
- Corre a abrazarlo: ¡tengamos listo ese abrazo al que se atreve a regresar y pedir perdón, evitemos la recriminación que siempre aleja!;
- Lo reivindica, le devuelve su dignidad: le da un vestido, sandalias, un anillo; ¡que al rencor y el dolor de la ofensa recibida supla más bien la certeza de que una persona no es sus culpas, siempre sigue siendo en el fondo “hijo de Dios”;
- Organiza la fiesta del perdón: ¡cada Eucaristía no es la celebración de los “perfectos” sino de los que hemos sido perdonados! nos recuerda el Papa Francisco.
A tantas hermosas acciones por la vida, hace contrapeso el orgullo, la vanidad y el corazón duro del “hermano mayor” que no perdona a su hermano ni quiere entrar a la fiesta: ¡evitemos ser duros de corazón y tenernos por perfectos! para poder tomar todos parte en el banquete de la fraternidad, de la caridad y de la vida que es el centro de la existencia cristiana.
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