Queridos hermanos:
El Cuarto Domingo de Adviento nos hace una fuerte llamada a “buscar dónde vendrá el Señor”. Él no nacerá ciertamente en la falsedad de un “espíritu navideño” de consumismo, ni en las “fiestas de fin de año y convites” donde muchas veces se habla de todo, menos de Dios!, salgamos a buscarlo en los sencillos de corazón, pues es el lugar donde seguramente le podremos encontrar!.
El Señor viene siempre de modo sencillo, casi desapercibido: ¡dichosos los que sepan encontrarlo porque serán enriquecidos con su pobreza!. Es así como el profeta Miqueas (cuyo nombre quiere decir “¿Quién como Yahvéh?”) prepara el escenario de la venida del Señor, hablándole a una pequeña y sencilla ciudad: Belén de Judá, lugar sencillo hasta el día de hoy.
La hermosa profecía indica una contradicción a los ojos del mundo, aquel lugar pequeño en el mapa, en realidad no lo es a los ojos de Dios. Belén, lugar de sencillos pastores será la cuna del “pastor del pueblo de Dios” y cuando Él venga, reinará la Paz.
Es así como el Salmo responsorial es toda una súplica humilde y sincera: “Señor, muéstranos tu favor”; ¡pidamos también nosotros con humildad que más allá del orgullo y la grandeza, podamos tener el favor, la Gracia de Dios!.
Hermosamente, la Carta a los Hebreos nos deja escuchar la voz de Aquel que vendrá. Él se dirige al Padre afirmando que Dios no ha querido ofrendas, honores por así decirlo, sino que ha preferido el camino de la sencillez, Dios Padre ha dado “un cuerpo humano” al Mesías, es decir, ha querido enviarlo al mundo en las condiciones más comunes.
Cuando celebramos las “posadas” recordamos esa sencillez “de migrante pobre” que le tocó vivir al Señor y que Él mismo escogió para contradecir la soberbia, la grandeza y el poder del mundo: “La grandeza más grande, es la más humilde: el cumplir la voluntad de Dios” (Santa Teresa de Calcuta).
En el Evangelio, allá en una aldea perdida en las montañas de Judá, dos mujeres sencillas se encuentran: Isabel, agraciada en su esterilidad por la maternidad de Juan Bautista y María, que en su seno de caminante que llega a servir a su pariente, lleva el tesoro más grande de la Humanidad, el Hijo de Dios que salva el mundo.
Pidamos también nosotros un corazón sencillo y capaz de alegrarse con el don de la vida, como el de estas dos mujeres. Vivamos a fondo este domingo tan decisivo: todo el camino de Adviento ha debido capacitarnos para “salir y buscar al Señor” visitando al pobre, al enfermo, al abandonado, al niño, al que no cuenta.
Desde ahora ¡Feliz Navidad para todos los de sencillo corazón!.
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