¡Que el Espíritu Santo transforme nuestra vida!

Queridos hermanos:

Con inmensa alegría celebramos hoy la Solemnidad de Pentecostés, conocida como “el cumpleaños de la Iglesia”: 50 días después de su resurrección, y luego de haber ascendido al cielo, el Señor Jesús envió al  Espíritu Santo para que llenara de luz, de vida, de fortaleza a la Iglesia y su misión de llevar por el mundo la Buena Nueva, en la transformación de la vida humana como “hijos de Dios”.

Esta Solemnidad nos invita ante todo a vivir la “transformación” que el Espíritu actúa en nuestra vida: aquellos hombres, discípulos del Señor pero llenos de temor, encerrados en la sala del Cenáculo, luego de la venida del Espíritu fueron transformados en verdaderos “mensajeros testigos de la Buena Nueva”, ¡dejemos también nosotros que el Espíritu Santo nos lleve a la misión y no nos opongamos a su acción de impulso en nosotros!.

Lastimosamente, hoy vemos tanta “manipulación y un verdadero empobrecimiento de la acción del Espíritu en el “pentecostalismo”, es decir, no en la vivencia continuada del Pentecostés en la vida de la Iglesia, sino en reducir la acción del Espíritu a espectacularidades, falsificación de milagros, ocurrencias y caprichos atribuidos a su “voz interior”; ¡el Espíritu Santo puede actuar signos, pero otorga el don mayor, que es la caridad cristiana! como lo recuerda San Pablo a los corintios: “hablan lenguas, interpretan, pero viven divididos (1Co 1, 4ss)… el don más grande del Espíritu es la caridad (1Co 13, 1ss).

Especialmente uno de los dones del Espíritu es la “unidad del Cuerpo místico de Cristo” es decir, de la Iglesia, ¡evitemos el amargo fruto del protestantismo y del pentecostalismo que proclama que en cada esquina está la verdadera Iglesia de Cristo!.

Por ello, en la lectura del Evangelio según San Juan hoy se nos presentan los dones o regalos verdaderos del Espíritu Santo:

  1. El don de la paz, es decir aquella “shalóm” en lengua hebrea que significa una relación armoniosa, positiva, fuerte para con Dios, para con los hermanos, para con el mundo, para con nosotros mismos, ¡el Resucitado dona la paz y no el conflicto que nace de la división de “apropiarse el Espíritu Santo” como fuente de espectáculos, de enriquecimiento, de manipulación de las conciencias!,
  2. El perdón de los pecados: un verdadero “servicio de reconciliación” y no un “poder apropiado” por los hombres; la negación del Sacramento de la Confesión es un error grave, derivado del protestantismo, pero sobre todo recordemos que “no es posible perdonar por nuestras propias fuerzas” sin la acción del Espíritu que nos ayude a cambiar el odio y el rencor por el amor y el perdón.

Que el Espíritu nos “haga vivir la misión” y que su fruto más hermoso, la caridad, ayude a transformar las duras realidades sociales, familiares que se dan quizás en “quienes se dicen creyentes” pero no se dejan llevar por el viento del Espíritu, al que sirvió María, “vaso espiritual” a quien mañana como nos pide el Papa Francisco por primera vez celebraremos como “Madre de la Iglesia”, presente en Pentecostés y siempre en la Iglesia verdadera de Cristo, el Señor del Espíritu.

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