Tres reflexiones se ofrecen hoy a nuestra atención:
1) El mes de octubre 2024 ha comenzado con el reinicio del camino sinodal propuesto por el Papa Francisco desde 2021: La Iglesia es la comunidad “en salida”, donde todos y cada uno de sus miembros están llamados a vivir tres actitudes:
a) La comunión, que la hace abierta a todos, todos, todos —como insiste tanto el mismo Papa Francisco— para recobrar la certeza de que la salvación no es algo puramente individual, algo así como un logro de méritos, sino una gracia, compuesta de la respuesta de las obras de la vida nueva en Cristo: “Vivir en la libertad por Cristo, sin hacer de esa libertad motivo de libertinaje” (Gálatas 5, 1 ss); en un espíritu tan diverso de los clamores de libertad que terminan por asociarnos al pecado, a la autodestrucción. Como el mismo Papa Francisco lo ha indicado para el camino sinodal, “Cuando la Iglesia vive un momento de renovación, vuelve a contemplar los orígenes de sí misma: aquella Iglesia de comunión, de participación, de misión”;
b) La participación: el colaborar a la razón de ser de la Iglesia, el llevar la buena nueva, al punto que se puede afirmar que “la Iglesia no tiene una misión, sino que la misión tiene una Iglesia”. Evangelización que no es proselitismo, sino como lo indicará el Mensaje para la Jornada Mundial de misiones este 20 de octubre próximo: “Vayan e inviten”. El compromiso de todos los bautizados señalado por San Juan Pablo II: “El verdadero misionero es el santo” (Encíclica Redemptoris missio, 90);
c) La misión: la vida cristiana que “se ve urgida por el amor de Cristo al anuncio del perdón de y llamada a la conversión”, “No podemos callar lo que hemos visto y oído” decían los primeros apóstoles (Hechos 4, 20) y como San Pablo, “!Ay de mí si no evangelizara!” (1 Corintios 9, 16). Un camino sinodal hecho no por una institución ideológica o cultural, sino por ella, la Iglesia, esposa de Cristo, a la que anima en su camino y oración el Espíritu Santo de su Esposo, “En la oración, la Esposa de Cristo tiene en sus labios los salmos puesta en ellos por el Espíritu Santo” (Catequesis 19 de junio 2024: Año de la Oración para el Jubileo 2025).
2) La santidad del matrimonio: por ser un sacramento en la Iglesia Católica, el matrimonio eleva y enriquece el amor humano entre el varón y la mujer a quienes Dios creó para que se complementaran y co crearan con él hijos con su bendición. El divorcio en sentido jurídico no es un invento cristiano: la separación, cuando es necesaria, es algo que se impone, pero la debilidad del sentido de pertenencia, el modelo fatal de las “estrellas de cine”, etc. vienen debilitando el matrimonio a su disminución y aumento de “divorcios exprés”, falla aún más toda lógica en la pretensión de elevar las uniones del mismo sexo a “matrimonio”, situación que refleja la confusión antropológica actual. Las leyes estatales no pueden “en nombre de igualdades” para unos y no para otros proteger institucionalmente este fenómeno, como sucede en futuras penosas iniciativas legislativas actuales, a los males de la familia como pobreza, desnutrición, etc. se une ahora el empobrecimiento del matrimonio desde “actualizaciones” ilógicas y antinaturales.
3) Nos queda, como ha sido desde siglos, el recurso de la oración por la paz mundial, por la clarificación de mentes y purificación de corazones, el Santo Rosario, verdadera síntesis de los misterios de Cristo y de la vida de la Patrona de Guatemala. Orando en familia, aun en modo virtual, el Rosario es una “entrega amorosa” de una rosa por cada avemaría a Aquella que pedirá al Espíritu Santo para el Sínodo, protegerá a la Familia y desvía toda oración a Ella hacia el único Dios, fuente de la Verdad y de la Vida tan necesitadas de fortaleza y alegría verdaderas (Papa Francisco mayo 2013).
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