La crítica antirreligiosa de Ernest Renan (1823-1892) calificaba la “transfiguración en el monte Tabor” como una mera ilusión óptica, un golpe de sol, un invento, etc. Ahora, luego de su muerte, ya verá Renan si tenía o no razón; o lo peor, no verá nada, como afirma el recientemente aludido Blas Pascal (1623-1662): “Si crees en Dios y resulta que existe, ganaste mucho en el más allá. Pero si no crees y sí existe, perderás mucho en ese más allá” (Pensamientos, 1670), recordado por el papa Francisco recientemente —(Sublimitas et miseria hominis, 19 jun 2023)
En la Buena Noticia del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Jesús se transfigura en el “monte de la buena luz, el Tabor”:
1) Lo hace porque comprende el escándalo —falta de fe— en que caerán sus discípulos cuando viva su Pasión en Jerusalén: allá, estará en otros montes, en la agonía del Getsemaní, cruzando el torrente Cedrón (kédron, “oscuridad”); solo, sin la voz del Padre, orando con gotas de sangre y unos discípulos incapaces de velar y luego en el Calvario, en muerte humillante. Ahora, Cristo, con Moisés y Elías, anima a los suyos, quienes están tan alegres que, como Pedro, quieren “instalarse en tiendas en la visión gloriosa”.
2) Pero hay que volver al camino. La Transfiguración es un signo no solo del “misterio del Dios hecho hombre”, sino de la vida cristiana misma:
a) No se vive en “visiones”, como las campañas milagrosas que abarrotan iglesias-teatro para “ver cosas”, en momentos de “éxtasis hermosos”, aunque haya que pagar bien en experiencias teatrales.
b) La vida cristiana es la conjunción de los momentos de “luz buena” de montes Tabor, con hundimientos incluso en la duda de la existencia de Dios, de las cuales se sale solamente mediante la disposición a la “transfiguración en Cristo” de la que habla San Pablo: “De modo que si alguno está en Cristo es una nueva criatura” (2 Corintios 5, 17).
c) Por sobre todo, esa “transfiguración”, que tendrá su culmen solo al final de los tiempos, es un ir contra corriente de las tendencias “de cambio” superficial que mueven la cultura actual. Todo cambio es “adorado” —excepto el climático—: de religión, de presencia física, de sexo, con cirugías estéticas, de remodelación de la casa, de nuevos gadgets electrónicos, de la situación política. Es la cultura de lo “líquido” y la mutación constante de la apariencia se cae en la mera ansia actual de “lo nuevo”, de “cambio por cambio”.
d) Se olvida que “no siempre nuevo y cambiado” es siempre verdad y vida, si no hay una “transfiguración personal” expresada en la disposición a que “no todo sea siempre luz, pues después del Tabor vendrá el Getsemaní” (Audiencia General Papa Francisco, 1 marzo 2015). Una llamada para todas las edades, envueltas ahora en el “eterno querer ser nuevo” y “quedarse en la contemplación momentánea”; una llamada especial a los jóvenes en su “amor a lo nuevo”. Cambiar de smartphone puede ser conveniente tecnológicamente, pero “cambiar por cambiar” sin rumbo es diluirse en el momento que pasa.
Que los jóvenes guatemaltecos que asistieron a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) 2023 no olviden que sí hay algo que transfigura: el ejemplo del servicio, de la joven María que “salió presurosa” a servir, dejando su “área de confort”, caminando mucho y cuesta arriba a servir a su prima Isabel (Lucas 1, 39-45). Al final, ella podría decir como Pablo en su “transfiguración”: “No vivo, yo, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2, 20). El amor y servicio si “transfiguran” en aquel que del Tabor pasará por la noche del Calvario, para resucitar como el Siervo Luminoso del Señor.
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