La Ascensión del Señor fortalece nuestra esperanza de alcanzar el cielo y nos impulsa a levantar el corazón… y buscar las cosas de arriba… pues Cristo se ha ido a prepararnos una nueva casa en el cielo.
Queridos hermanos, este Domingo séptimo de Pascua, Domingo de la Ascensión, nos invita a profundizar en dos dimensiones:
1. Poniendo nuestra mirada en Jesús: que asciende a los cielos y está sentado a la derecha del Padre, indica que Jesús verdaderamente es el Señor. Por si algunos dudaban de su resurrección, la ascensión es la confirmación de que Cristo es Señor del Universo. En efecto, la ascensión a los cielos debe entenderse como la glorificación plena de Cristo. Pero tengamos cuidado en pensar que ascender es nada más subir, tal y como sube un astronauta (ej. El primer cosmonauta ruso Yuri Gagariin en 1961 se equivocaba cuando dijo: he subido al cielo y no vi a Dios por ninguna parte), o subir como sube un cohete o un misil… la ascensión de Cristo a los cielos va más allá de un simple subir a un lugar más alto, sino indica que Él es el que gobierna, es el Señor y cabeza del Universo. Porque el cielo no es un lugar físico, sino un estado en otra dimensión más allá de un espacio, es estar con Dios, verlo, gozar de su amor y poseerlo para siempre, como dice san Pablo a los Corintios, el cielo es aquel lugar que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman” (1Co 2,9).
Nuestra fe en la Palabra también nos indica que Cristo subió a los cielos y está «sentado a la derecha del Padre» que significa la inauguración del reino del Mesías, entró en su gloria y honor, para interceder ante el Padre por nosotros como el gran mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.
2. Poniendo nuestras vidas al servicio de Dios: hoy nos toca seguir a Jesús pero haciendo algo importante: “evangelizando” = Él quiere contar con nosotros…nos ha dicho “id y haced discípulos” y este es el origen de la catequesis cristiana. Preguntémonos: ¿qué hemos hecho al oír este mandato misionero? Al menos la hojita misionera que se nos da acá podríamos llevarla a nuestros compañeros de trabajo, vecinos, familiares, etc… Porque cada cristiano debe ser misionero. Pero no estamos solos porque debemos confiar en su nueva presencia a través del Espíritu Santo: “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” Recordemos que su nombre es: Emmanuel: Dios con nosotros. Cristo está con nosotros por su Espíritu en en tres lugares especiales:
- La Palabra: “el que a uds escucha a mí me escucha…”
- Los sacramentos: especialmente en la Eucaristía: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo…esto es mi cuerpo”
- Y en los hermanos más necesitados: Cristo se identifica con los más necesitados “todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos a mí me lo hiciste” “Saulo por qué me persigues»…
Finalmente preguntémonos ¿Qué debemos hacer para llegar nosotros a donde está Cristo?
No atar nuestros corazones a las cosas de acá abajo, sino buscar los bienes de arriba: hoy es difícil, más parece que somos como la zanahoria, el rábano, la cebolla o la remolacha que cada vez se entierran más… el cristiano no debe enterrarse, sino buscar las cosas de arriba. ¿Cómo estas educando a tus hijos en los bienes de arriba? A veces me da pena escuchar a los papás que dicen: “mi hijo los sábados estudia inglés, karate, computación, natación, pintura, ballet, etc…” pero, ¿le enseñas tú el catecismo a tus hijos, tienes un momento para desenterrar a tus hijos de las mil ocupaciones de este mundo y enseñarles el camino al cielo?
Hermanos todo hombre cuando nace, empieza su viaje en esta tierra para un destino eterno en el cielo. Porque somos ciudadanos del cielo, tenemos que preocuparnos por llegar a la meta, si no seguiremos enterrados a este mundo y será difícil llegar a la Patria prometida.
Finalmente recordarnos que el último gesto de Jesús fue una bendición…porque nos da su ayuda para cumplir la misión encomendada, al igual que en cada Misa, reitera su bendición sobre todos y con su bendición acudimos como los apóstoles a María, que junto al cenáculo esperaron el don del Espíritu Santo prometido por Jesús, para salir y anunciar a todos la salvación de Dios.
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