¡Aprendamos a agradecer y todo cambiará!

Queridos Hermanos:

Nuevamente el Señor, Divino Maestro, nos instruye este domingo sobre una actitud que no puede faltar en la vida cristiana: es aquella de “agradecer su presencia, sus dones, su salvación”.

Y sin embargo, para agradecer es necesaria la “humildad”: ¡evitemos la soberbia que es una forma de ceguera para no ver a Dios en nuestra vida!.

Dos ejemplos de humildad y gratitud nos presenta hoy la Palabra de Dios:

  1. El caso  de alguien que “aprendió a que ser humilde”, Naamán, el poderoso general extranjero que “aceptó bañarse en un pequeño río -el Jordán, que quiere decir “corriente que baja”- y al ser sanado, agradeció no con cosas -Eliseo no aceptó sus regalos- sino con el testimonio, llevando tierra de Israel a su patria lejana para hacer un altar de gratitud: ¡cuántas veces callamos lo que Dios hace en nosotros, cuando el mundo necesita testigos de su amor!.

Por ello el Salmo 97 lo proclama: “El Señor ha mostrado su amor y su lealtad”, tal y como dice San Pablo, quien a pesar de estar prisionero por Cristo indica a Timoteo que “el Señor es siempre fiel”. A veces, si Dios no nos concede lo que pedimos, pensamos que no le importamos: ¡aprendamos que Él sabe mejor lo que nos conviene que nosotros mismos! Y pidamos con humildad: “Señor, necesito esto o aquello, pero que se haga lo que tú sabes es mejor”.

  1. El segundo ejemplo de gratitud es aquel samaritano sin nombre -una persona casi extranjera y pagana según los judíos- quien al verse libre de la lepra -del latín “leper” o “escama seca” que era su manifestación en la piel- vuelve a agradecer al Señor: ¡aprendamos de los sencillos que sí saben reconocer la acción de Dios en sus vidas!.

Que durante este mes de Octubre Misionero “Bautizados y enviados” tengamos la humildad de reconocer y testimoniar la acción de Dios en nosotros, de hecho la Santa Misa es una “acción de gracias” antes que sólo petición o alabanza, quien vive con gratitud verá cómo su vida cambia, se ilumina, se fortalece.

Y que la Reina y Patrona de Guatemala, Nuestra Señora del Rosario, sea nuestro modelo. Ella, siendo humilde, que no dudó decir en el Magníficat: “Mi alma alaba al Señor, porque Él ha hecho grandes cosas en mí”.

Firma Monseñor Víctor Hugo Palma

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