Monseñor Palma - Mensaje Pastoral

Para superar la mera curiosidad de “ver” a Cristo

Monseñor Víctor Hugo PalmaPasar de la mera curiosidad de “noches de milagros” a la percepción espiritual de “otra forma”, la de quien “cae a tierra y muere para dar fruto”.

De la fe en un Dios que se “oye y no se ve”, decía el papa Benedicto XVI (exhortación apostólica Verbum Domini, 30 septiembre 2010), que así se cumple lo indicado por la Carta a los Hebreos: “La Fe es fundamento de las cosas que no se ven” (Hebreos 11, 1).

En la Buena Noticia del V Domingo de Cuaresma aparece, sin embargo, un grupo de “creyentes” a medias, los griegos, que piden “ver a Jesús” —sin duda atraídos por la fama de sus signos—, precisamente antes de que la sombra de su Pasión lo oculte en un Cristo herido, golpeado, injustamente condenado y muerto en la cruz. Ante esta “curiosidad” de la que Jesús parece querer escaparse —dado que no accede al contacto con ellos— viene bien considerar:

1) En estos días entrantes de la “Semana de Dolores” seguirán teniendo lugar las “procesiones”, representaciones de la Pasión, películas, etcétera, cuya finalidad es ayudar al espíritu, no a “adorar imágenes”, sino a focalizar en lo visible un misterio inaudito: el Mesías, el Redentor, tenía que pasar por el sufrimiento y la muerte para llegar a su gloria. Claro, decirlo 21 siglos después no es problema; lo sería el haber “estado allí y no caer en la tentación de escandalizarse y huir de la cruz”, como se lo niega en ciertas ideologías cristológicas de un “Cristo siempre triunfante”, especialmente en las bendiciones materiales prometidas a los incautos seguidores de telepredicadores.

2) Más que dejarse ver “como factor de milagros” —Jesús a la altura del capítulo 12 de San Juan “ya no hace signos” como la resurrección de Lázaro (capítulo 11)—, él invita a contemplar su paradójico destino: “Si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo, pero si muere, producirá fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde” (Juan 12, 20-33). En otras palabras, desde la Semana de Dolores y cuanto más en la Semana Santa la curiosidad de “ver de lejos” se convierte en invitación a “ver tal y como es el Cristo crucificado y no otro, pues percibirlo sin verlo y tocarlo en su gloria, en ello consiste la base de la fe cristiana”. “Los cristianos aman a Cristo sin haberlo visto y sin verlo creen en él” (1 Pedro 1, 8).

3) Esto lleva a pasar de la mera curiosidad de los griegos y de todos los tiempos de “noches de milagros a la percepción espiritual de “otra forma”, la de quien “cae a tierra y muere para dar fruto”, es decir, a seguir en estos días un camino espiritual de contemplación de la Pasión siempre presente en el mundo: “Jesús es crucificado una vez más en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos” (Papa Francisco, homilía del Domingo de Ramos 10 abril 2022).

4) Hay así una conexión profunda entre un “Cristo ocultado en las heridas y todo dolor humano que se ve, pero insensiblemente mientras celebramos con devoción —y así debe ser— la Pasión dolorosa de Cristo, muchos la viven —aún no siendo cristianos, pero sí humanos, hijos de Dios— en los dramas de la violencia, guerras genocidas, migración, explotación y trata de personas, droga, etcétera. Es lo que ante el Santo Manto de Turín proclamaba papa Francisco: “La Sábana Santa atrae hacia el rostro y el cuerpo martirizado de Jesús y, a la vez, nos empuja hacia el rostro de cada persona que sufre y que es injustamente perseguida” (Papa Francisco 21 junio 2015).

5) En efecto, no puede tenerse estos días “curiosidad de ver actos del patrimonio intangible sin cuestionarse ante todo sufrimiento humano actual. Aquel de Cristo fue el que nos salvó y estos lo actualizan; sí, especialmente en el dolor del hermano, como escribía hace siglos Clemente de Alejandría: “Si has visto a tu hermano, has visto a Dios” (Stromata, libro I, 23 ss).

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