Queridos Hermanos y Hermanas:
Hemos llegado al final del Año Litúrgico en esta 34º. Semana del Tiempo Ordinario con la celebración alegre y festiva de “Cristo Rey”; una ocasión para darle gracias a Dios por ser discípulos y misioneros de Aquel que tiene “el verdadero reino o imperio de la Historia” Jesús, ante cuyo nombre dice San Pablo se dobla toda rodilla en el cielo y la tierra (Fil 2, 10).
En su apariencia en la historia, el Hijo del hombre, como dice la 1ª lectura del profeta Daniel, bien pudo no haber llamado la atención de los poderes de este mundo: “¿Con que tú eres rey?” le pregunta hoy Pilatos, sorprendido de que dijeran de él acusaciones tan grandes. Y Jesús responde con dos frases importantes:
- “Mi Reino no es de este mundo”; ¡cuántas veces lo olvidamos y lo olvidan aquellos como las sectas fundamentalistas que proclaman a Jesús como “Señor de Guatemala” pero no advierten que su reino es la paz, la reconciliación, la justicia para los cuales hemos de trabajar, sabiendo que solo Dios puede dar el bien supremo al mundo y hacer que “venga su reino” como decimos en el Padre Nuestro, pero que él cuenta con su Iglesia para que ella sea luz, sal, levadura de tal reino en la historia;
- Jesús dice que “todo aquel que es de la Verdad sigue su voz”: se refiere a Él mismo, que es el Camino, la Verdad y la Vida, tres términos que ya los antiguos judíos referían a la Palabra de Dios: camino seguro hacia la vida, verdad completa sobre la identidad y misión del hombre en la tierra y vida plena, la auténtica vida que tiene como principio el amor.
Sobre ser “seguidores o discípulos del Rey de la Verdad” quisiera detenerme e invitar a todos darnos cuenta del “relativismo” (opinión personal que se resiste a todo) en que vivimos actualmente.
San Juan Pablo II hablaba de un “esplendor de la Verdad” e invitaba a seguir los principios del bien, y a desechar las “medio verdades” que hoy se llaman derechos, o que justifican la violencia, el materialismo.
Examinemos, pues si realmente “amamos la Verdad”, decimos la Verdad, luchamos por la Verdad en nuestras relaciones personales, comunitarias, sociales. Decía San Agustín: “¿Y que ama más el alma, sino verdad?”.
Ojalá que esta frase se cumpla: no podemos amar y hacernos cómplices de la corrupción, de la ventaja sobre los indefensos y menos saber que la Verdad implica la “conversión”, dejar nuestras “mentiras o medio verdades” que hacen perder su fuerza a la Fe, según fue dicho: “Ustedes son la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor ¿con qué la salará?. Ya no sirve para nada sino para tirarla y que la pisoteen los hombres” (Mt 5, 13).
Los cristianos estamos “ante el mundo” (no “contra el mundo”) es decir, llamados a dar el testimonio de lo que creemos, comenzando por la Familia que está llamada a ser “educadora en la verdad sobre la Vida, la honestidad, la solidaridad”.
Pidamos también por la Pastoral de la Carretera que la Diócesis de Escuintla ha propuesto desde el domingo pasado; que en todo, con prudencia y “verdad” reine Cristo en nuestros corazones mediante el respeto a la vida humana.
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