Homilía Domingo XXIV Tiempo Ordinario

Hoy la liturgia nos presenta una enseñanza fundamental en las relaciones de los hijos de Dios: La alegría del perdón.

Nadie da lo que no tiene…. Este refrán nos invita, de acuerdo a lo que escuchamos hoy en las lecturas, a meditar sobre quiénes han sido perdonados primero, ciertamente ha sido Dios el que nos ha perdonado en primer lugar, porque la humanidad estaba caída y su Hijo Jesucristo vino a perdonarnos, a rescatarnos… por eso antes de perdonar a cualquiera, tendríamos que sentirnos perdonados por Dios. Como escuchamos hoy en el salmo 102: “el Señor no nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados”.

¿Nos sentimos perdonados por Dios realmente? O como decía alguien, que al final de la vida solo queda esperar el terrible juicio de Dios. En esta persona no cabía en su mente la misericordia de Dios. De modo que solamente si nos sentimos perdonados, seremos capaces de perdonar. ¡Dios nos ha perdonado primero, una verdadera alegría, esa es la noticia del Evangelio, la Buena Nueva del Reino, es que Dios nos ha perdonado primero ¡¡¡¡¡ Qué bueno es Dios!!!

Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: Nos ha pasado que rezamos el Padre Nuestro, la Oración del cristiano y en el fondo del corazón aún tenemos un rencor, a alguien a quien perdonar. Por eso nos dice San Juan Crisóstomo citando 28,2-4 escribe: «Aunque no les causes ningún mal [a los enemigos], si les miras con poca benevolencia, conservando viva la herida dentro del alma, entonces tú no observas el mandamiento ordenado por Cristo. ¿Cómo es posible pedir a Dios que te sea propicio cuando no te has mostrado misericordioso, también tú, con quien te ha faltado?» (De compunctione 1,5).

En resumen podrías preguntarnos:

  • ¿por qué se debe perdonar? Porque Dios nos perdonó primero, no sólo nos enseña el camino, sino Él lo ha recorrido primero, el camino del perdón, el camino del Calvario: “perdónalos Padre, porque no saben lo que hacen”. Cristo murió pidiendo el perdón a sus propios verdugos.
  • ¿Cuántas veces tendré que perdonar? Hasta setenta veces siete, es decir siempre, y además recordar que más importante que perdonar es pedir perdón.
  • Hermanos, basta ya del “ojo por ojo, diente por diente”, digamos no a la venganza y sí al perdón, Cristo nos ha enseñado la ley del amor y del perdón, y a ser como Él: compasivos y misericordiosos.

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