Queridos hermanos y hermanas:
En su misión de Señor y Maestro de la Iglesia, hoy Cristo desde la montaña, emana la “ley del Reino de Dios” que es la Ley de la Iglesia de Cristo. Al igual que estando al pie del monte Sinaí el antiguo Israel recibió los mandamientos de la Ley de Dios por medio de Moisés, ahora Cristo como un “nuevo Moisés” desde la montaña nos “enseña el camino de la vida”.
Y podemos decir que así como un país tiene una Constitución Nacional que lo define y define la vida de sus habitantes, así los discípulos del Señor Jesús recibimos de Él las famosas “bienaventuranzas” o principios básicos para ser y llamarnos cristianos.
Ante todo se nos propone un “retrato” de los “humildes de la tierra que cumplen los mandatos del Señor” de los que habla en la primera lectura el profeta Sofonías: no es un grupo étnico, económico, cultural, político sino “una posibilidad para toda persona”.
Por ello es importante fijarnos en las Bienaventuranzas donde “bienaventurado” equivale a feliz o dichoso: ¡el verdadero éxito y la verdadera felicidad de todo hombre está en caminar por esa senda de vida que marca el Señor Jesús!.
Pero se ve que se trata de un camino extraño al pensamiento de éxito del mundo: mientras en este mundo se considera feliz a quien más tiene materialmente o a quien es más socialmente, parece que el Dios de Jesucristo, el Padre de misericordia tiene una mirada diferente, ¡para Dios el más dichoso es quien vive según su voluntad!
Como quien dice que el primer bienaventurado es el mismo Jesús que “fue obediente en todo, hasta la muerte y muerte de cruz” dice San Pablo (Fil 2, 4ss).
Cristo es el “pobre por excelencia” el “bienaventurado” que dijo en el Monte Getsemaní: “Padre que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42); seamos felices como Cristo y bienaventurados como Él disponiéndonos desde el inicio del año a ser “pobres de espíritu”, es decir, buscadores y cumplidores de aquello que Dios nos pide y que no es algo ignorado sino muy claro: “El mayor mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos” (Lc 10,27).
Es así queridos hermanos y hermanas que en Escuintla, en las comunidades parroquiales y en las familias, hoy resuena esta “Constitución del Reino de Dios”: esas bienaventuranzas que nos parecen siempre extrañas (ser felices los pobres en un mundo que ansía la riqueza, los pacíficos en un mundo violento, etc.) pero que tienen en el mismo Cristo el primer cumplidor de ese programa maravilloso.
¡Aprendamos de memoria si es posible las bienaventuranzas! Y Además de saberlas, vivámoslas con sencillez de espíritu recordando que el mundo que nos rodea debe ser evangelizado por medio de ejemplos, antes que con predicaciones, como lo santos y santas de la Iglesia que vivieron y alcanzaron ya en la tierra la “alegría del Evangelio” como dice el Papa Francisco, pues pusieron a Dios en el centro de su vida, de sus decisiones, de sus deseos, y por ello entraron en el Reino de Dios, imitando a Cristo, Señor y ejemplo para su Iglesia en el mundo.
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