1- Somos Enviados
Si al principio de la Misa nos sentíamos convocados, al final deberíamos considerarnos enviados. Venimos de nuestras ocupaciones, de nuestras casas, a la reunión dominical de la comunidad cristiana. Al final salimos de esta reunión y volvemos a nuestra historia y a nuestra vida.
Pero esta celebración -estos tres cuartos de hora- no es algo aislado, que no tiene relación con lo anterior y con lo siguiente. Entramos a la Eucaristía «cargados con nuestra vida» y salimos de ella a «dar testimonio en la vida» de lo que acabamos de escuchar y celebrar. En medio, seguramente no habrá pasado nada extraordinario ni espectacular. No saldremos llorando de emoción o aplaudiendo de entusiasmo. Pero sí es de esperar que salgamos más iluminados por la Palabra de Dios y más animados por su Eucaristía para vivir otra semana más según el estilo de vida cristiana que nos enseñó Jesús.
2- Un final sencillo pero cordial
El final de la Misa es muy breve, pero tiene unas palabras y unos gestos muy expresivos de lo que es la Eucaristía en el conjunto de nuestra vida:
- Tras de un momento de silencio después de comulgar, el sacerdote nos invita a orar, y proclama la poscomunión: es una oración breve en la que pedimos a Dios que nos ayude a prolongar en la vida lo que hemos celebrado en la Eucaristía;
- Puede ser que nos den en este momento unos breves avisos referentes a la vida de la comunidad, porque todos formamos esta comunidad y nos interesa saber qué sucede de especial a lo largo de la semana;
- Aunque la Misa ha sido una continuada bendición de Dios, el sacerdote, antes de despedirnos, nos da en nombre de Cristo la bendición final; a veces, lo hace en su forma más sencilla, con una señal de la cruz, que haremos bien en acoger realizando sobre nosotros la misma señal de la cruz, como apropiándonos con gozo de la bendición del Señor; en días más festivos, nos da una bendición más solemne, extendiendo las manos sobre la asamblea y diciendo tres peticiones, a cada una de las cuales respondemos todos «amén»;
- El sacerdote, a continuación, nos despide con el «Podéis ir en paz», a lo que contestamos «Demos gracias a Dios», y así da por concluida nuestra reunión dominical;
- Puede ser, con todo, que entonen todavía un canto de salida, que tal vez sería mejor cantar después de la bendición, antes de la despedida; pero si es al final, lo más lógico es que sea en verdad «de salida», un canto breve mientras vamos ya saliendo si queremos.
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3- ¿Podéis ir en Paz?
Se puede decir que con la Eucaristía ya hemos hecho lo más fácil: reunirnos con otros cristianos, escuchar lo que Dios nos quería decir, rezar y cantar juntos, dar gracias a Dios y ofrecerle una y otra vez el sacrificio de Cristo en la cruz, y participar de él comulgando con su Cuerpo y su Sangre.
Al final oímos con gusto este «podéis ir en paz». A lo que contestamos «demos gracias a Dios», no ciertamente en el sentido de que «finalmente ha terminado esto», sino porque nos sentimos agradecidos a Dios de que nos haya dado, en el ámbito de su Iglesia, este admirable sacramento con su Palabra y el alimento de Cristo.
Pero con la Misa no termina todo. Continúa el domingo. Continúa la vida, y este «podéis ir en paz» lo deberíamos interpretar como un envío a la vida, a prolongar la Eucaristía. Ahora queda lo difícil: en nuestra familia, en el mundo del trabajo, en la sociedad, en las actividades del barrio: ¿pensamos ser consecuentes con lo que hemos escuchado y dicho y celebrado?.
La Palabra y la Eucaristía iluminan toda nuestra vida. Hemos cantado el Aleluya: la vida de un cristiano debería ser más «aleluyática». Hemos dado gracias a Dios: nuestra actitud debería ser más optimista. Nos hemos dado la paz antes de ir a comulgar: la Eucaristía debe hacer crecer la fraternidad en toda nuestra vida. Hemos comido a un Cristo entregado por nosotros: para que vayamos siendo también nosotros «entregados por los demás». Al mismo Jesús a quien hemos recibido en la comunión es al que tenemos que ver presente en la persona del prójimo, sobre todo del que pasa hambre y necesita de nosotros.
La Eucaristía no nos deja tranquilos. El «podéis ir en paz» no es un tranquilizante. Quiere decir más bien «sois enviados». No podemos salir de la Misa igual que como hemos entrado. No hemos ido a Misa sólo porque era precepto, o para satisfacer una necesidad religiosa. Sino para ir creciendo en la vida que Cristo nos comunica continuamente a sus seguidores.
Oración
Dios, Padre de misericordia y fuente de vida,
tú nos llamas a todo el mundo
para celebrar con fervor renovado
el gran misterio de la Eucaristía,
memorial perenne de la Pascua de tu Hijo.
Al entrar en el tercer milenio,
agradecidos por la salvación que hemos recibido,
confiados, te pedimos:
haz que participando
del único pan y del único cáliz,
seamos un solo cuerpo en Cristo,
y vivamos de la vida divina
que él nos ha adquirido
al precio de su sangre.
Vivificados por su Santo Espíritu,
anunciaremos al mundo
las maravillas de tu amor.
Por Jesucristo, tu Hijo, nacido de María Virgen,
que es Dios y vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.
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