Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
En este Séptimo Domingo de Pascua la Iglesia nos invita a contemplar gozosos la Ascensión del Señor a los cielos: después de su resurrección gloriosa, Cristo se apareció a sus discípulos durante cuarenta días para fortalecer su Fe y para prepararlos a recibir al Espíritu Santo, como celebraremos dentro de ocho días en la Solemnidad de Pentecostés.
Hoy la Palabra de Dios nos presenta dos relatos del momento, ciertamente triste, cuando los discípulos y nosotros ya no tendremos al Resucitado como él vivía en la tierra. Pero en esos relatos existe también la enorme alegría de “su glorificación en la subida a la derecha del Padre”, como rezamos en el Credo. Aún cuando se ha ido Él permanece en otra forma de presencia entre nosotros: en la Iglesia, que es su Cuerpo Místico, su existencia en el mundo.
A esa Iglesia el Señor le promete un regreso al final de los tiempos (1ª. lectura de Hechos de los Apóstoles) y le encarga la misión de llevar la Buena Nueva a todas las naciones (Evangelio). Si nos fijamos bien, como lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede por nosotros sin cesar, como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo” (No. 667).
Es decir: debemos elevar al cielo nuestra mirada y nuestra oración al que “está a la diestra del Padre” y pedirle con confianza, como hermano nuestro, en nuestras necesidades. Pero también debemos recordar que Él prometió: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 16, 20). Estamos invitados a tener un encuentro con Jesucristo vivo en la Palabra de Dios, en la reunión de la asamblea cristiana (es decir en los hermanos, especialmente los más pobres) en los Sacramentos, especialmente en la Santísima Eucaristía.
No nos dejemos engañar por los grupos llamados cristianos que afirman “Cristo está aquí, o allí” como el mismo lo advirtió a sus discípulos: nada de búsquedas extraordinarias, espectaculares, milagristas: al Señor lo tenemos siempre entre nosotros cuando abrimos el corazón al hermano, nos enseña el Papa Francisco.
Sintamos pues su presencia en la comunidad que ora, pero sobre todo en el Sacramento de su Cuerpo y Sangre, su presencia real. Y seamos discípulos misioneros del amor de Cristo hacia toda persona, haciendo de nuestras Familias, verdaderas escuelas de comunión, de generosidad, de alegría espiritual y no solo material.
Que a donde Cristo ha subido, lleguemos también nosotros poniendo desde ahora nuestro corazón no en las cosas de “acá abajo” sino en las cosas eternas que desde ahora nos hacen ante el mundo discípulos unidos a su Señor: la justicia, la verdad, el bien, la generosidad, la paz y el perdón.
Celebrando hoy la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales el mundo no esté solamente más informado, sino más unido fraternalmente y estos medios no divulguen el vicio y la corrupción espiritual, sino los valores del Reino que un día compartiremos allá a donde nos ha precedido hoy el Señor que sube a los cielos.
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