Somos bautizados y enviados

Queridos hermanos:

Estamos ya en el “tiempo ordinario del año cristiano”: el tiempo que en el cual -excepto el blanco de hoy- el “color verde” nos invita a caminar en la esperanza durante todo el 2020, pero también a ser “misioneros de Cristo Vida del mundo” en todo momento y lugar.

La Palabra de Dios señala al que hoy se bautiza en el Jordán: es el “siervo del Señor”, al que tiene su Espíritu y viene no para terminar de arruinar la humanidad, “ni rompe la caña rajada, ni apaga la mecha que aún humea”: ¡vayamos con Él al mundo para llevar alivio y no ruina, levantamiento espiritual y no condena! (Papa Francisco).

En la escena de Hechos de los Apóstoles, cuando Pedro bautiza a Cornelio y “a toda su casa” se nos revela a un “Dios sin distinciones” capaz de entrar en la casa de un centurión romano, no sólo pagano sino “enemigo oficial del pueblo elegido”.

En la escena del Jordán (de la palabra hebrea que significa “corriente, movimiento”) Cristo aparece entre todos los que reciben el bautismo o “baño” de arrepentimiento, Él, que es el Santo de Dios (Mc 1, 2ss).

Ante la negativa de Juan a darle “ese bautismo” Cristo pide que se cumpla “la voluntad de Dios” que no era otra que: mientras todos dejaban sus pecados en el agua, él entra a tomar esos pecados de todos (San Gregorio Nacianceno). ¡Gracias Señor, Jesús, tu bautismo nos da vida, nos hace hijos de Dios!.

Recordemos que “al bautizarnos” la Santísima Trinidad nos adopta como familia suya. En una nación donde abunda el error protestante de “no bautizar a los niños”, en una sociedad que “deja para después” ese regalo de vida, recordemos que el Bautismo nos “una a Cristo, nos libra de la muerte, nos hacer parte de la Familia de Dios” y sobre todo nos pone en el “camino de la misión”, ese camino que se ha vivir cada día en cualquier ambiente de trabajo, estudio, familia, donde no hemos de “esconder la Fe” sino de actuar desde nuestra identidad de “parte del Cuerpo de Cristo, enviados suyos” gracias al “baño de la vida eterna” que de forma sencilla, sin necesidad de viajes extraños a ríos o lagos lejanos, nos dio un día el Sacerdote que nos bautizó.

Firma Monseñor Víctor Hugo Palma

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