Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos e hermanas en el Señor:
El domingo es el día del Señor Resucitado, día en que nos reunimos como Iglesia de Cristo para escuchar su Palabra y para alimentarnos del Cuerpo y la Sangre del Señor, eso nos fortalece y nos alienta para que todos sigamos trabajando en la Viña del Señor.
Este trabajo en la Viña del Señor es un trabajo que se hace gratuitamente no por un pago grande o pequeño, ya que el pago lo da Dios, sin importar si fue mucho o poco lo que hicimos porque su criterio es el del amor. Jesús, intentó muchas veces explicar ese amor gratuito de Dios, que era la clave de su comportamiento con los pecadores, publicanos, prostitutas etc., y que tanto escandalizaba a los buenos cumplidores de su pueblo.
Nunca lo entendieron: ¿Cómo va a ser tratado lo mismo el hijo pródigo que el hijo mayor, que siempre ha estado en casa sin desobedecer nunca una orden de su padre? ¿Cómo va a ser igual el fariseo que ayuna, que paga el diezmo, que cumple la ley hasta en sus más mínimo detalles, que el publicano que el mismo confiesa que es un pecador? Hoy Jesús vuelve a explicar el amor gratuito de Dios con una parábola sorprendente, desconcertante. Dios, como el dueño de la viña, nos ama con amor gratuito y por ello, da su gracia a quien quiere entrar a su viña.
Tenemos que reconocer que a nosotros también nos parece perfectamente comprensible la protesta de los que trabajaron toda la jornada; nos parece injusto que los que han trabajado toda la jornada, cobren lo mismo que los que sólo han trabajado una hora. El problema que es que estamos acostumbrados a un sistema económico egoísta, que privilegia el dinero por encima de la persona, lo dice el Papa Francisco «La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano» ¿Cómo vamos a ser iguales ante Dios? Los primeros que fueron contratados no protestaron porque su paga fuera escasa, sino por la generosidad del propietario hacia los últimos. Por eso fueron acusados de «envidiosos».
Queremos un Dios que dé más a quien más produce y menos a quien rinde menos, que lleve la contabilidad de cuanto hacemos para pagarnos por ello. Y ahí radica nuestra dificultad para entender la parábola. No entendemos a ese Dios cuyos caminos son los del amor gratuito, que se deja condicionar por lo que hayamos hecho, que no espera recibir para dar, que simplemente nos ama y no por lo que hacemos, nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo. Precisamente porque ama con una misericordia sin límites, no ve injusto dar a los rendimientos distintos pagos iguales, porque no le interesa el rendimiento, sino a las personas en sí mismas, a sus hijos. No busca nuestro rendimiento, nos busca a nosotros.
Este gesto de amor de parte de Dios hacia nosotros tiene que inspirarnos en nuestra vida cotidiana, también nosotros estamos llamados a dar un amor gratuito a nuestros semejantes, no amar al que me da, sino amar a mi prójimo, sin importar lo que pueda yo recibir o no recibir de esa persona, lo importante es tender nuestra mano amiga a quien nos necesite.
Les imparto de corazón mi bendición pidiendo al Señor de la Viña les conceda fortaleza en la fe.
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