No dejes que tu confesión se convierta en rutina.
La Iglesia tiene conciencia muy viva del pecado. Profesamos que, «donde abunda el pecado, mas abunda la gracia«. La gracia de Dios es suficiente. Su misericordia nos puede curar y es mas fuerte que el pecado.
Cuenta la historia de un campesino en el este de Irlanda, que vivía cerca de un río. Todas las semanas, el Prior aparecía en la rivera del río y gritaba: «lo mismo» y un eco del otro lado respondía: «la misma». Hasta que el viejo labrador no aguantó la curiosidad y le preguntó al Padre, qué era lo que pasaba.
El Padre explicó que como el único Sacerdote en la aldea, usaba este método para hacer su confesión semanal. Llego a este lado del río, «y ahí grito, lo mismo (los mismos pecados) y el Padre O’Brien grita del otro lado, la misma (la misma penitencia)».
Nunca debemos dejar que nuestras confesiones se vuelvan una rutina, por mucho que sean frecuentes. Cada confesión, como cada comunión, es un encuentro amoroso con el Señor misericordioso, que viene para curar las heridas del pecado, nos pone en su montura y nos lleva a un lugar seguro, como el buen samaritano hizo con el hombre medio muerto en la entrada de Jericó.
Asistamos al Sacramento de la Confesión, con la confianza de que Dios nos perdonará y sanará nuestro corazón y con la alegría de recibir la Misericordia Divina, a través del perdón de nuestros pecados.
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Basado en el texto publicado en Aleteia.
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