Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Cada domingo nos reunimos en las distintas comunidades para alimentarnos del manjar sustancioso de la Palabra de Dios. meditando el Evangelio llegamos a comprender que Jesús quiere la felicidad de la humanidad. Cuando Jesús presenta las bienaventuranzas, que constituyen el núcleo de su programa, no dice a quienes le escuchan que serán más santos si hacen todo aquello, sino que serán felices. Entonces comprendemos que la felicidad de los hombres, de todos los hombres y de cada uno de ellos en particular, es lo que quiere Jesús, lo que quiere el Padre.
La búsqueda de la perfección en el cumplimiento de las leyes no es un ideal propiamente cristiano. Este era el ideal de los fariseos y lo fue también de ciertas escuelas filosóficas de la antigüedad. El ideal cristiano es la felicidad. Y, en consecuencia, la felicidad es la razón por la que un cristiano actúa: un cristiano se comporta cristianamente porque tal comportamiento es causa de alegría para él y para sus semejantes.
Esta es la idea central de las dos primeras parábolas que se leen este domingo: el reino de Dios es como un tesoro escondido, como una perla de incalculable valor. Si alguien encuentra el tesoro o la perla y descubre el valor tan inmenso que tienen, hace todo lo necesario para conseguirlos. Reunirá todo el dinero que pueda, aunque tenga vender todas sus posesiones, todo lo que tiene y correrá a comprar la perla o el campo donde sabe que está escondido el tesoro.
Cuando vemos, el gozo de encontrar el tesoro escondido o la perla de mucho valor lleva consigo un llamado a la renuncia: renunciar a lo material, al dinero, al poder, al placer, ¿por qué? Pues, por algo mas importante, por dos razones indiscutibles:
La primera razón: el proyecto de Jesús, el reino de Dios, es un tesoro para el hombre, el mayor tesoro. vivir de acuerdo con el evangelio vale más, tiene más valor que cualquier otro modo de vida. Más que todo el dinero del mundo, más que todos los honores, más que todo el poder.
Y, en segundo lugar, la elección debe llenar de alegría a quien la realiza. El dolor que pudiera causar la renuncia a algo que se ha querido hasta ese momento debe quedar anulado por la alegría que produce lo que se ha elegido: «Se paree el reino de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder y lleno de alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquel».
Renunciar a algo que ha echado raíz en nuestra vida siempre es difícil, pero la razón por la que se hace tal esfuerzo no es otra que la seguridad de que el resultado final será un felicidad mucho mayor. Y no sólo en la otra vida: ya, desde ahora, desde el momento en que se descubre el valor de lo que se ha elegido.
En conclusión: lo realmente importante no es la renuncia, sino la elección; lo que realmente nos hace mejores no es lo que dejamos, sino lo que elegimos. Y la elección es consecuencia no tanto de que queremos ser mejores, más santos, más perfectos, sino más bien de que hemos descubierto que adoptando el modelo de vida que propone el evangelio, podremos tener y ofrecer a los demás, la experiencia del amor compartido, que es la felicidad. ¡Feliz domingo a todos!
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