Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La Palabra de Dios en este tercer domingo de Pascua continúa haciéndonos profundizar en la vida nueva que el Resucitado ha hecho posible para nosotros con su victoria sobre el pecado y su fruto la muerte. Hoy estamos invitados a dar un paso hacia adelante, con decisión y la fuerza de la Gracia Divina: un paso hacia la salvación que viene por la conversión y el perdón de los pecados, y así obtendremos el fruto anhelado de la paz que viene de Dios.
Si bien en Pascua celebramos el “don o regalo de la salvación” hemos de recordar que el mismo Señor espera de nosotros algo, diríamos, la colaboración libre para que nuestra salvación y vida nueva se pueda realizar. Una vez más vale lo que afirmaba San Agustín: “Aquel que te creó sin tí, no te salvará sin ti”.
Es por ello que Pedro expone al pueblo de la primera alianza, allá en Jerusalén, el hecho maravilloso, atractivo, de la salvación, y recordando la victoria pascual de Cristo dice: “Arrepiéntanse y conviértanse para que se les pedonen sus pecados”. ¡Qué diferencia con la propuesta de “bendición y prosperidad” que se predica en las sectas, donde lo necesario para salvarse parece ser la ofrenda material y el emoción de “aceptar” a Cristo!.
Al don de Dios corresponde la respuesta de conversión, de cambio de vida que a su vez significa tomar decisiones no fáciles ni cómodas. Por ello, en el Evangelio, el Señor Resucitado se aparece a sus discípulos, incluso a los que había encontrado en el camino a Emáus: Él viene para alentar su fe, para disipar el temor de que todo haya sido una ilusión, un sueño bueno que terminó mal. En cierto sentido, también ellos deben “convertirse” como lo indica Pedro a los israelitas en Jerusalén.
Deben pasar del temor la paz, del miedo a la confianza de la presencia real del Señor entre ellos, y deben pasar también –como Pedro lo hace, repito- a proponer claramente en camino de la conversión a los que no conocen o no creen en esa vida nueva de Cristo Resucitado.
Es importante y conmovedora la insistencia del Señor de que “se trata realmente de Él”: les habla para convencerlos, les muestra las heridas de la pasión que ellos le vieron sufrir, les hace “entender las Escrituras” y hasta “come delante de ellos”: así aclara que el seguimiento de los discípulos –de nosotros mismos- no es de unas hermosas ideas, o de propósitos humanos, sino de una persona realmente viva.
Pidamos al Señor que también nosotros “sigamos convirtiéndonos siempre”, pues en la vida espiritual no se puede detener: pidamos que el paso a la vida nueva de Cristo sea como lo pide San Juan en su catequesis de la 1ª. Carta: no solo decir “creo, acepto” y vivir la “mentira”, sino cumplir los mandamientos de Dios para que al mundo no le falten testigos de esa vida nueva en Escuintla.
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