Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Continuamos en este domingo la contemplación del rostro del Señor que “está siempre con nosotros” como decíamos hace ocho días, porque es el Dios que ama la vida y la da en abundancia. Hoy, ya desde la primera lectura del Libro de la Sabiduría se lo llama así: “Dios de vivos y no de muertos, Dios resurrección y vida”.
Muchas veces, lamentablemente, encontramos que muchas personas tienen una idea de Dios como el que “está más dispuesto a castigarnos que a ayudarnos”: en el fundamentalismo de las sectas derivadas del Protestantismo aún hoy se predica que las catástrofes, enfermedades e incluso la muerte provienen de Dios: y sabemos que esto siembra temor en enfermos, en golpeados por desgracias, a los cuales esos predicadores invitan a “aceptar a Cristo” para sus males desaparezcan.
¡Que falta de respeto al Dios de Jesucristo y qué agresión a la conciencia humana!. El Dios que hoy su Palabra nos presenta es diferente: especialmente en el Evangelio se narran esos dos milagros donde aquellas cosas que son parte de la existencia humana (la enfermedad por ejemplo de la mujer con hemorragias, y la muerte de la hija de Jairo) son vencidas “no solo por el poder de Cristo” sino porque Él es el Dios de la vida, capaz de conmoverse ante el sufrimiento humano.
En ambas curaciones hay detalles que nos educan en el amor y esperanza hacia el Dios de la vida:
- Jesús va hacia la casa de Jairo: aunque todos se burlan porque no entienden que Él es quien “entra para dar vida” donde reinan la desesperación y la muerte;
- Jesús toma a la niña de la mano (tal y como hizo con la suegra de Pedro, y con la mano con la cual calmó la tempestad en el lago agitado hace ocho días) porque Jesús no es un mago, sino el mismo Dios que ama la vida y la conceda: de la niña, por ejemplo, dice que “está dormida, no muerta” indicando ya la Fe cristiana en la vida eterna de los creyentes, y le dice “Niña, levántate” como anticipando la resurrección de los muertos;
- Jesús, en el contacto con la orla de su manto da la salud a una mujer enferma: ¡dichosos nosotros que en la Santa Comunión tomamos contacto no con el manto, sino con el mismo Cristo presente en la Eucaristía!: si tuviéramos más fe, mucha sería la salud de todo tipo de mal que sufrimos.
La niña tenía doce años, y doce años de enferma la mujer: parece coincidencia, pero en un momento, pasando el Señor por sus vidas, cesa el sufrimiento y la muerte es vencida.
Pidamos al Señor que le busquemos con la premura de Jairo o la fe de la mujer enferma, que no dudemos no solo del poder, sino del amor de Dios, y que seamos “misioneros de la Buena Nueva de la vida abundante que viene de Dios” donde tantas familias con niños, enfermos, empobrecidos y olvidados esperan el paso de Dios en sus vidas.
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