¿Por qué confesarse?

Lamentablemente, muchos católicos aún no se han dado cuenta de la importancia capital de la Confesión, que sólo en la Iglesia Católica existe.

La Penitencia es un sacramento que nos ayuda en el andar de este camino difícil rumbo al cielo.

Jesús vino a nuestro mundo para quitar el pecado; como dice San Juan Bautista, «Él es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).

El Hijo de Dios no vino a este mundo con otra finalidad, sino esta. Y por eso predicó el Evangelio de la Salvación, instauró el Reino de Dios entre nosotros, instituyó la Iglesia para llevar a cabo esta misión de arrancar el pecado de la humanidad, y murió en la Cruz, para que con su muerte y resurrección redimirnos delante de la Justicia divina.

Con el precio infinito de Su Vida, Él pagó nuestro rescate, reparó la ofensa infinita que nuestros pecados hacen contra la infinita Majestad de Dios. Y dejó a su Iglesia la tarea de llevar el perdón a todos los que creen en su nombre. Y por medio de la Confesión (penitencia, reconciliación), es que la Iglesia cumple la voluntad de Jesús de llevar el perdón y la paz a los hijos de Dios.

Lamentablemente, muchos católicos aún no se han dado cuenta de la importancia capital de la Confesión, que sólo en la Iglesia Católica existe. Cuando se den cuenta de la importancia que tiene, los sacerdotes no tendrán descanso.

Realizar una confesión al menos una vez por mes, es una práctica aconsejable, porque creemos en las palabras de Jesús a la Iglesia: «a quien les perdonen los pecados, los pecados les serán perdonados».

No hay razón para que hayan dificultades a la hora de confesarse. Y claro que contar las caídas que tenemos, a un hombre como nosotros, es algo que consterna y  hasta un poco humillante. pero es una «sagrada humillación»; que nos hace bien. San Francisco de Sales decía que «la humillación nos vuelve humildes».

En la persona del sacerdote, está el propio Jesús, que actúa en él «in persona Christi», para lavar a tu alma con su sangre; y el sacerdote tiene terminantemente prohibido contar, a cualquier otra persona, lo que ha escuchado en la Confesión. Es el secreto de la Confesión. Él puede ser excomulgado de la Iglesia si revelara el pecado de algún fiel.

Además de eso, es bueno confesarme con un hombre, pecador como yo, mas o menos, porque así él me entiende. Lo difícil sería confesarse con un ángel, que no tiene pecados. Al confesarse frecuentemente, uno no se siente maltratado, humillado o menospreciado; al contrario, siempre se siente acogido por los brazos del confesor, como si fuesen los propios brazos de Cristo que me lleva de vuelta a la casa del Padre.

El confesor es como aquel buen pastor que rescata a la oveja del abismo del mundo, la coloca en los hombros y se la lleva para el aprisco seguro. Es una grande gracia que el Buen Pastor dejó para sus ovejas.

Solamente la Iglesia Católica recibió y guardó esta riqueza para ti, y espera que no la desprecies, pues al final le costó la vida a Nuestro Señor.

El Sacramento de la Penitencia, llamado también Confesión y Reconciliación, es el medio ordinario que Jesús dejó para nuestra santificación.

Impresiona profundamente, observar que el primer acto de el Señor, después de la Resurrección, el mismo día de ésta, fue instituir el Sacramento de la Penitencia.

Es muy importante notar que es fue el «primer acto» de Jesús después de la Resurrección: delegó a los Apóstoles el poder divino de perdonar los pecados: «a quien les perdonen los pecados, les serán perdonados…» No queda la menor duda.

Juntamente con la Eucaristía, la Penitencia es un sacramento del andar en este camino difícil rumbo al cielo. El Señor sabe de nuestra miseria y flaqueza, entonces proporcionó el remedio para salvarnos. Si meditamos profundamente en este gran misterio, y sabemos toda la miseria de nuestra alma, haríamos que algunos santos, que querían confesarse diariamente.

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Basado en el texto publicado en Aleteia.

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