¡El Espíritu del Señor nos guía en el Adviento!

Queridos hermanos:

El Adviento es todo un camino espiritual, hermoso, lleno de esperanza a la vez de exigencia de atención, de conversión, para no ceder a la superficialidad de las “fiestas de fin de año” que proponen masivamente el comercio, la propaganda de la diversión y en fin, hasta la misma tentación de “alegrarnos” fuera del verdadero sentido la “venida del Hijo de Dios”.

Es por ello que viene en nuestro auxilio el Espíritu Santo, que nos orienta y santifica interiormente en este Adviento: ¡invoquemos al Espíritu de Aquel que viene, para no perder la Gracia que nos ofrece!.

El profeta Isaías indica que el futuro Mesías tendrá al Espíritu Divino y “no juzgará por apariencias”; ¡un verdadero reclamo a ser sinceros y justos nosotros también más allá del querer quedar bien con el mundo y su vanidad!.

En el fondo, todos deseamos la verdad, la justicia y el bien que vienen de Dios, tal y como lo suplica el Salmo 71: “Ven, Señor, de justicia y de paz”, dos características de quien vive en el Espíritu del Señor.

El mismo San Pablo nos da una excelente “pista o tip” como decimos, para vivir el Adviento espiritualmente y no llevados por el materialismo: “Vivan conforme a la esperanza que viene del Señor”, en relaciones nuevas de sinceridad, de generosidad, de amor en Cristo.

Y es sobre todo, Juan el Bautista –otra voz del Adviento cristiano- quien “llama a la conversión” y habla con lenguaje fuerte: “raza de víboras”.

Se refiere Juan a una forma de vivir nuestra relación con Dios con doblez, a “conveniente distancia” de sus caminos: ¡dejemos que el Espíritu nos lleve a vivir un ambiente profundo, eficiente en nuestro camino hacia el Señor!.

Y que sea la Bienaventurada Virgen María en Inmaculada Concepción quien pida por nosotros: ella, toda pura, nos invita a desear la pureza, es decir, el alejamiento del mal y la mentira, para preparar nuestro corazón al Santo que se acerca en Navidad, según está escrito: “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).

Firma Monseñor Víctor Hugo Palma

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