El Señor es mi Pastor, la vida ha dado por mí

“El Señor es mi Pastor, la vida ha dado por mí” (cf Jn 10,11)

Como respuesta a las palabras del Señor, narradas en el Evangelio de San Juan “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas” (Jn 10,11) en esta Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la Asociación de Guardias del Santísimo Sacramento, nos invita a manifestar nuestra fe en Jesús Sacramentado como el Señor, el Buen Pastor, el que ha dado la vida por cada una de sus ovejas.

Este año bajo la figura de Jesús Buen Pastor, estamos invitados a acercarnos a Jesucristo vivo y presente en el Santísimo Sacramento como buenas ovejas de su rebaño, que reconocen al Buen Pastor que permanece para siempre en su amada Iglesia como alimento inefable, Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación.  Ciertamente la figura del Buen Pastor se encarna perfectamente en Jesús, pues como característica de un pastor verdadero, Él no sólo cuida y protege a su rebaño de los peligros del mundo, sino además lo alimenta con una comida especial: su propio Cuerpo y Sangre, de tal manera que nos da lo mejor de sí mismo: su propia Vida.

De este modo, contemplando a Jesús en el Pan Eucarístico, a la luz de la figura del Buen Pastor, sus palabras cobran un sentido extraordinario, pues nadie tiene mejor pastor en el mundo que Jesucristo, la Palabra hecha carne (Cf Jn 1,14), Aquél que se entregó a la muerte para darnos vida en abundancia (Jn 10,10). Por eso, esta fiesta refleja una alegría inmensa, pues el mismo que caminó en este mundo hace dos mil años, continúa recorriendo los caminos de la humanidad dejándonos esta vida abundante y llamándonos siempre a seguirlo.

Ahora, como buenas ovejas de su redil, continuemos escuchando su voz, no escuchemos las falsas voces que nos hablan y nos alejan de su gracia, de su reino. Estemos alerta ante los vicios y tendencias de este mundo, ante las falacias más audaces de los falsos pastores que nos invitan a escuchar nuestros gustos, nuestras emociones, nuestro yo, que nos lleva a un egoísmo que está lejos del verdadero discipulado; más bien cuidemos nuestro seguimiento, nuestra vida, pues el Buen Pastor nos dará la vida eterna si escuchamos su voz y lo seguimos auténticamente.

En esta fiesta tan solemne, manifestémosle todo nuestro amor y gratitud a Jesús, vivo y presente en el Sacramento del Altar. Que nadie termine esta fiesta sin profundizar el gran bien que nos da contemplar y adorar al Señor en la Eucaristía; dejemos que su fuerza, su gracia, su amor, renueve nuestro corazón herido por el pecado. No podemos imaginar ni siquiera el bien que hace al alma, estar delante del mismo Jesús. Su presencia real y verdadera en el Sacramento del Altar, nos envuelve con su amor, y el alma bien dispuesta encuentra en Él un gozo eterno y una ayuda para su santidad.

Pero acerquémonos sobre todo a la sagrada comunión, pues no hay mejor encuentro con Jesús, que el momento sublime de la comunión sacramental, donde cielo y tierra nuevamente se unen en el templo de nuestro cuerpo,  donde el mismo Dios entra para dar vida nueva y renovar nuestra relación con el mundo y con los demás, en quienes también desea ser contemplado y alabado para así darle una total dignidad.

“¡El Buen Pastor está cerca, se escuchan sus pasos, su voz nos llama a una vida nueva, Él sigue caminando con su pueblo…. Sigámoslo como hermanos, como un solo rebaño, pues es el Buen Pastor, el que ha dado la vida por mí!”

Infinitamente sea alabado.
Mi Jesús Sacramentado.

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