¡El Señor quiere la salvación de todos!

Queridos Hermanos y Hermanas:

Durante estos últimos domingos, la Palabra de Dios ha contenido una enseñanza fundamental: nos ha mostrado el “rostro de Dios”, ante todo, en su Hijo que se transfiguró en el Monte Tabor y sobre todo que tendió la mano de misericordia a Pedro que se hundía en el agua.

Sobre todo –vale mucho la pena repetirlo- el Señor se muestra “en su perdón, en su misericordia, antes que en su poder” (Papa Francisco”: ¡evitemos buscar las presentaciones espectaculares de un Dios de portentos, negocio de tantas falsas iglesias!).

Incluso como católicos, recordemos la presencia “serena de un Dios Padre” y de Jesucristo su Hijo en nuestros hermanos, sobre todo en los más pobres.

Hoy, esa revelación de Dios nos sorprende: el Señor quiere “la salvación de todos, sin distinción y para entrar en esa salvación suya se necesaria únicamente la fe activa” en cada uno.

Así en la primera lectura el Señor habla indicando que “llevará a su monte santo a los extranjeros”, sabemos que el pueblo judío “excluía de la salvación” a los demás pueblos. Por ello, como decimos, nos sorprende este rostro de un Dios universal, que no es el de las “sectas” de los que ya se creen salvados y desprecian a los demás, sobre todo a los católicos; ¡recordemos que católico, quiere decir precisamente lo opuesto a un grupo de “perfectos” y tenemos un corazón como el de nuestro Padre celestial, abierto a toda persona!.

Ya el salmo responsorial pide “Que te alaben, Señor, todos los pueblos”, haciendo eco a la lectura anterior. Hoy por hoy, en toda nación se conoce y ha de seguir haciendo conocer al Dios de Jesucristo: ¡que nuestra misión sea, no para formar grupos, sino ensanchar la gran familia de los hijos de Dios!.

Por su parte, San Pablo en la Carta a los Romanos les hace una reflexión: misteriosamente, ante la cerrazón de los judíos, el Señor extendió la salvación a los “que no nacimos judíos” pero hemos alcanzado, por su Gracia, un lugar en su corazón paternal.

Pero es sobre todo la escena del Evangelio de San Mateo la que nos conmueve: Jesús que pasa por una “tierra pagana” es abordado por la súplica de una madre angustiada por su hija. Si el Señor parecer rechazarla, es para suscitar en ella más todavía la Fe en Dios mismo. Jesús no tiene un plan de “desprecio” a la extranjera, con sus palabras estimula su insistencia. Y el milagro ocurre por la “fe grande de aquella mujer”.

Tengamos cuidado, en este 2017 se predica el error de Martín Lutero hace 500 años: “Solo basta la Fe”, pero si nos fijamos bien, aquella mujer convirtió su fe en “camino, en fatiga, en búsqueda, en súplica” porque amaba a su hija; ¡la verdadera Fe no es ni un cruzarse de brazos, ni un esperar algo extraordinario sin mover un dedo!.

He ahí el error del Protestantismo, que al final no puede justificarse en “la Sola Fe” pues va contra lo enseñado por la historia de hoy y toda la Escritura. Ciertamente no somos salvados “por las meras obras” sino como se ha dicho por el mismo San Pablo: “La Fe movida a acción por la caridad” (Gal 5, 6).

Que ante los muchos “hijos e hijas enfermos” por la droga, por la mucha violencia en nuestra tierra escuintleca, que ante muchos que no saben “buscar y pedir a Dios” la salvación de los jóvenes, los católicos invitemos a los demás cristianos y a todos a “abrir el corazón al Señor que quiere la salvación de todos” y seamos misioneros de ese amor universal, sin distinción de persona.

¡Que nuestra Fe no sea un sentimiento de espectáculo milagroso, que sea ante todo “camino de oración” como hizo aquella mujer para obtener del Buen Jesús, la salvación y vida nueva propia y de tantos hermanos!.

Nos lo conceda María Reina, a celebrarse este 22 de Agosto, Madre de la Misericordia, Madre de los Jóvenes, Amén.

Firma Monseñor Víctor Hugo Palma

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